Educación

Obsolescencia programada

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En esta nueva era de consumo voraz y permanente en la que nos encontramos instalados, se han ido consolidando prácticas en nuestra cotidianidad que asumimos como normales, pero que deberían preocuparnos especialmente.
EL SALMÓN NOCTURNO

La obsolescencia programada es sin lugar a dudas uno de los mejores y mayores ejemplos de esta nueva realidad que dócilmente aceptamos, y que en mi opinión, deberían rebelarnos como sociedad madura, racional y consecuente que supuestamente formamos.

A estas alturas de la película, nadie puede negar que la vida útil de los productos que mayoritariamente compramos, es cada vez más corta. Los que formamos parte de la generación Millenial, y no te digo nada de las generaciones anteriores, hemos vivido con una misma televisión en casa durante más de veinte años y nos hemos pasado toda nuestra infancia y adolescencia hablando desde el mismo teléfono fijo que teníamos en el salón de casa. Si lo comparamos con los tiempos actuales en los que de media una familia cambia de televisor cada cinco años y un usuario cambia de teléfono móvil cada tres años, podemos afirmar sin temor a equivocarnos que en lo que a durabilidad de los productos se refiere, indudablemente hemos involucionado.

Resulta cuando menos paradójico, por utilizar un término políticamente correcto, que en la época dorada de la investigación el desarrollo y la innovación, los productos que se ponen a la venta en el mercado duren cada vez menos tiempo. ¿Cómo es posible que ocurra esto? Sencillamente porque la investigación y la innovación en los productos se ha puesto al servicio del sistema consumista, en lugar de ponerse al servicio de los consumidores. Y esto, ¿en qué se traduce?, pues principalmente en que ahora muchos productos son más económicos y accesibles para un mayor número de personas, y que el foco de la mejora en los productos está puesto en el diseño y las funcionalidades, relegando a un último plano la longevidad de los productos. 

Que el sistema consumista, a través de sus múltiples herramientas y técnicas esencialmente marketinianas, influya de forma constante en nuestra mente y en nuestro comportamiento para generarnos el deseo continuo de comprar nuevos productos, es algo normal e intrínseco a cualquier sistema económico y social. Evidentemente, con la hiperconectividad informativa y tecnológica en la que nos encontramos inmersos, y debido al incremento progresivo de estímulos que recibimos, esta influencia es cada vez mayor. Pero a fin de cuentas, podemos afirmar que en muchas ocasiones, somos nosotros como consumidores los que decidimos reemplazar un producto que ya tenemos por otro más nuevo o que presenta mejores funcionalidades. Influenciados por el sistema, correcto, pero en estos casos, finalmente somos nosotros los que individualmente tomamos la decisión de comprar un nuevo producto.

Ahora bien, ¿qué ocurre cuando no me queda otra que cambiar de ordenador porque el que he comprado hace pocos años ya no funciona correctamente y utilizarlo se convierte en un verdadero suplicio o directamente ya no funciona? Esto es lo que comúnmente se denomina “obsolescencia programada”, un fenómeno cada vez más habitual en la sociedad actual que hemos acabado por aceptar como una consecuencia lógica del sistema consumista.

En mi opinión, lo verdaderamente grave de este fenómeno es que esta inutilidad de los productos esté, como bien indica su nombre, “programada”. Es decir, que las empresas que diseñan estos productos planifican de forma consciente y deliberada una fecha en la que estos productos van a dejar de funcionar independientemente del uso que haya tenido dicho producto y las condiciones en las que se encuentren los componentes del mismo. Pero el problema no acaba aquí, ya que cuando por alguna casualidad el consumidor que ha sido víctima de este fenómeno consigue no dejarse influenciar por los cantos de sirena del sistema y decide no comprar un nuevo producto que lo sustituya, sino intentar arreglar ese producto que de forma programada ha dejado de funcionar, se encuentra con que en la gran mayoría de casos el producto no se puede arreglar, o lo que es peor, que arreglarlo le sale más caro que comprar uno nuevo. ¡Toma ya!

Y por si esto fuera poco, la obsolescencia programada, que mayoritariamente se aplica a productos tecnológicos, está generando inmensas cantidades de residuos, denominados como “basura tecnológica”. Las últimas cifras ofrecidas por la PNUMA (Programa para el Medio Ambiente de las Naciones Unidas) establecen en cerca de 50 millones de toneladas de desechos electrónicos al año, que por la naturaleza de sus componentes son altamente contaminantes y que están contribuyendo de forma decisiva en la vertiginosa escalada del deterioro medioambiental de nuestro planeta.

Y llegados hasta aquí, me gustaría compartir contigo algunas preguntas y consideraciones con el objetivo de intentar ayudarnos a pensar y reflexionar sobre la cuestión planteada en este artículo. ¿Has sido víctima de este fenómeno de obsolescencia programada últimamente? En caso de que sí, ¿has denunciado esta práctica o has puesto una queja forma a la empresa fabricante? ¿Sabes qué establece la Ley española al respecto de la obsolescencia programada? ¿Te parece que es un tema lo suficientemente importante como para que se aborde en el debate político y se pueda legislar en consecuencia? ¿Crees que en un futuro no muy lejano todo estará obsoletamente programado? Como siempre, será un placer leer tus respuestas e impresiones si es que consideras oportuno compartirlas conmigo.

salmonnocturno@gmail.com