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Blanca del Rey: “El Corral de la Morería es un templo, es arte»

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El Corral de la Morería está considerado el mejor tablao del mundo. Es la Capilla Sixtina del flamenco -o Altamira, raíz del arte- en el corazón de Madrid. Una experiencia excelsa. Y allí reina, entre tanto talento y rodeada del mejor equipo, la gran Blanca del Rey (Córdoba, 1946). Bailaora emblemática con -sin ir más lejos- el Premio Nacional de Flamenco y la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, es la directora artística del Corral de la Morería, un templo que se inauguró en 1956 y que aparece en el célebre libro de viajes “1.000 sitios que ver antes de morir”, nº 1 en la lista del New York Times. He aquí cultura mayúscula, «un soplo de vida genuino». Y aún hay más: junto a la vivencia en cada espectáculo -cante, baile y música a diario en un entorno de fábula-, el legendario tablao -fruto de la pasión de una familia mítica- ofrece su «Restaurante Gastronómico» -¡Premio Estrella Michelín!- a cargo del chef David García. Ovación y…

Otras Miradas” con Jorge García Palomo

@jorgegpalomo

¡Bienvenida la inmensa Blanca del Rey!

– Esto es La Mirada… ¿Cómo te gusta mirar la vida, Blanca?

La vida, precisamente, tiene tantos colores como el arcoíris. La vida es naturaleza. Soy muy taoísta y, cuando me pregunto algo, se lo pregunto a la naturaleza, que nunca miente. Veo la vida con todos los colores, como el arcoíris.

– ¿Qué te ha dado el flamenco? ¿Por qué sentir, vivir, disfrutar, paladear este Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad?

Me ha dado algo importantísimo: ¡la reflexión! Algo indispensable para equivocarte o no, pero que tenga sentido tu respiración… ¿Y por qué sentirlo? Porque nace un arte que es absolutamente natural, que surge en los rincones de Andalucía habiendo bebido de todo el folclore de España y de la música, desde los celtas hasta el fin de nuestros días… No nace en una academia. España es un crisol de músicas y esto es lo que me aporta el flamenco: buscarme a mí misma. Porque no tuve escuela de baile. Me hice a mí misma… Al principio, me daba tristeza porque en la época en que yo nací la economía en España era cero; y en casa hacía falta el dinero y era imposible llevarme a una escuela de baile y, entonces, mi madre me llevaba a aquello que fue muy interesante en aquella época: los «coros y danzas». Allí aprendías todo lo que es el folclore español. Aparte, había un pianista, el maestro Fragero, que tocaba todos los clásicos españoles y franceses. Y, sin saberlo, resulta que tuve la mejor de las preparaciones musicales; y es que en esta vida no nos damos cuenta de que a veces el no tener acceso a algo te abre mundos. Tu madre, que cree en ti, busca la posibilidad de ponerte ante una fuente y esa fuente es lo mejor que te puede pasar. Cuando te dan todo, le pones peros. Vas a mesa puesta y te quejas. Pero cuando hay sota, caballo y rey, se acabó. Qué rico todo. Y aplaudes. Yo nací en el 46, pasé la posguerra. Hay una parte del mundo que no asimila la suerte que tiene… Y el flamenco me ha dado observación y reflexión.

– A estas alturas del espectáculo, ¿qué momento recuerdas con especial emoción o qué te sigue sorprendiendo, tú que lo has logrado casi todo?

¡Han sido tantos los momentos! ¡Es dificilísima la pregunta! (Risas). A bote pronto, te digo la noche que fue Lana Turner, esa gran estrella de cine de los 50, 60, 70… Fue al Corral una noche. No la reconocimos al principio porque estaba súper delgada, muy guapa todavía a pesar de los años. Y subió al escenario y las cosas que dijo esa mujer… ¡las dos estuvimos llorando! «Me voy con el corazón lleno de esta noche y mis últimas imágenes son las de mi hija y la tuya». Y a los dos meses me entero de su muerte. Todo eso representó para mí muchísimo porque ella sabía que estaba sentenciada, y que se despidiera así… A esa señora le tengo devoción. Ahora me he enterado de la muerte de Kissinger, que cuando vino a Madrid no faltó ni una sola noche al Corral. ¡Son tantos momentos!

– ¿Vivimos una edad dorada del flamenco?

La edad dorada es continuamente. Siempre me niego a santificar el pasado en nada porque el presente es historia también. En el presente, como en el pasado, hay respiraciones brillantes. Nada es mejor ni peor que lo que va a venir. Los momentos que se viven en la vida y la historia son como una escalera que hay peldaños que te cuesta más subir, pero subes y lo agradeces más. La edad de oro del flamenco es como el libro aquel: una historia interminable.

– Has declarado alguna vez que «las artes son un lenguaje superior», una suerte de «religión que une fronteras y clases»… Lo comparto totalmente. ¿Pero cómo explicarlo más?

Las artes, en general, no solo son un arte superior, sino un lenguaje universal. Estés donde estés te entienden, con la mejor de sus sensaciones, expresiones y sentimientos. Y eso no hay nadie que lo pueda pagar. Esa es de las pocas verdades que nos quedan: las artes. Fíjate lo que dijo Picasso cuando vio las pinturas de las cueva de Altamira: «De aquí a la mediocridad». La Capilla Sixtina más auténtica, increíble y verdadera es la cueva de Altamira. Estuve en los años 80 con el director de la Fundación y salí llorando porque la historia es increíble, de hace 36.000 años. De las pocas verdades de la vida… ¡una son las artes!

– Hablemos del mejor tablao flamenco del mundo, la catedral… ¡el Corral de la Morería! ¿Cómo ha evolucionado esta fantasía hecha realidad? ¡La pasión de una empresa familiar llena de talento!

La evolución ha sido espectacular. Y desde aquella época -los años 50 y 60- hasta ahora siempre ha habido una gran cocina. Te lo puede decir cualquiera, aunque ahora es distinto. La nueva cocina es de mucha creatividad… El Corral de la Morería es un templo, es arte. No es solo espectáculo.

– Por alusiones… ¿Qué decir del maridaje de cultura flamenca con la alta gastronomía? ¿Cómo es el chef David García, ahora que no nos oye?

Es un artista con la base jonda y profunda de lo que son las esencias gastronómicas de su tierra, el País Vasco. Es un creativo. ¿Platos? Con él pescas en el río y te sumerges; o en el mar. Te vas a la montaña y ves cómo trepan las cabras. La riqueza que hay en la tierra gastronómica… hay que valorarla. De lo que comes, respiras y piensas ¡eres! ¿Qué es el flamenco? Una base artística, musical y expresiva de un pueblo que ha estado habitado por muchísimos pueblos. Son esas fusiones inconscientes. La cultura en el mundo antiguo no era consciente de lo que pasaba: es mejor caminar y que el mundo te descubra su belleza… Yo muchas veces doy un paseo, me siento en un sitio y miro a las personas; y cada persona me manda un lenguaje distinto. Unos van tristes, otros vienen riendo… Y otra cosa: ya no miramos, es una pena. Ya no miramos la vida. Miramos nada más que el móvil. Hay que mirar más.

– Por aquí han pasado celebridades de todo el planeta… ¿Por qué ir al Corral de la Morería, ese viaje que todo el mundo debe hacer al menos una vez en la vida, como dice el bestseller…?

Porque es una rareza dentro de la cultura, una rareza en el mundo del arte. Es una perla. Morería es un tablao, pero no es un tablao… ¡y lo lleva a gala! Pero cuando estudias el Corral ves que es un templo del arte y la gastronomía.

Eres una de las grandes figuras que ha dado el baile flamenco, una leyenda con éxitos y reconocimientos internacionales por doquier… ¿Sigues bailando? ¿Haces la «soleá del mantón» -parte de tu alma, pura poesía- todavía por casa o a deshoras en el escenario?

(Risas). Los artistas, que me quieren mucho, me suben y me dicen: «Blanca, un minuto». Y yo voy, subo los brazos, me recojo y ya está… Todo tiene su tiempo y una dimensión. Y el que quiera ver algo, una manera de ver el arte de otra manera, lo va a ver… Y el que no, verá la anécdota. (Risas).La «soleá del mantón» es una escuela resumida en una coreografía. Una escuela del manejo, las mil formas que tienes para manejar eso reducido en una coreografía de 14 minutos: la «soleá del mantón». Pero siempre digo que es una escuela. En el mundo del flamenco le han dado esa dimensión… Ahí está todo lo que puedes hacer. Y ahí tienes alimento para seguir evolucionando.

– ¿Entonces te sigues asombrando con el arte, amiga?

¡Voy a morir de puro asombro! Mira, una cosa que va más allá del restaurante y del arte del escenario. Hay otro arte y es el que David García está creando; de los palos del flamenco resuenan sabores. Pasan los artistas por la cocina y, cuando está creando, David les da a probar algo y cruzan opiniones. A lo mejor un cantaor o uno que baila responde: «¡Esto es una soleá!»… ¿No es precioso? Hay una comunión extraordinaria entre los cocineros, los artistas y el público. Es maravilloso. Es un mundo increíble. El Corral de la Morería es una experiencia indefinible; es respirarlo. Y mucha gente va y vuelve. Es un soplo de vida genuino porque la cocina es genuina y todos los artistas son premios nacionales. Son maravillosos.

¿Una reflexión final para los lectores de La Mirada?

Que si están contentos… vayan al Corral. Y si están tristes… ¡también! La cultura está considerada terapéutica. Tengo muchas anécdotas emocionantes con personas en situaciones difíciles. Hay muchas historias maravillosas más allá de gente muy famosa, de las fotos que son historia, arte. ¡Muchas historias! ¡Gracias, Jorge!

¡Mil gracias, Blanca del Rey, y viva el arte!

El periodista y comunicador Jorge García Palomo nos presenta a todo tipo de personas genuinas, creativas, curiosas, contingentes y necesarias… Como diría aquel genio, “gente loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo”…  Sí, son “Otras miradas”. Y están entre nosotros.