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CRÓNICAS LEGALES

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Antes de adentrarnos en esta crónica legal, permítanme compartir algunas reflexiones sobre la profesión de abogado. Como especialista en Derecho Civil General, Familia y Derecho Mercantil, puedo afirmar que ser abogado es una vocación que va más allá de proporcionar la mejor estrategia legal.

En la mayoría de los casos, converge no solo la necesidad de buscar soluciones jurídicas, sino también de manejar situaciones emocionales muy complejas aparejadas o que surgen a raíz del problema legal. Por tanto, somos testigos de cómo se desdibuja claramente la línea que divide la objetividad profesional de la subjetividad emocional que afecta a todas las partes involucradas. Los clientes confían en nosotros, como confidentes, todo tipo de detalles que consideran relevantes y muchas veces deriva en sesiones de confesiones emocionales, que debido al sagrado deber del secreto profesional, no podemos compartir. En consecuencia, nos adentramos en campos en los que no somos especialistas, ya que no estamos profesionalmente preparados para proporcionar consejos de esta índole y, sin embargo, debemos acompañar y orientar en lo posible a nuestros clientes en ser conscientes de los efectos emocionales que sus casos les pueden ocasionar.

Centrándonos en el caso real que nos ocupa. De todas las áreas del derecho, el familiar es el que sin duda levanta más ampollas y más litigiosos se vuelven. De los años que llevo ejerciendo, las festividades o vacaciones, son por antonomasia las precursoras o causantes de los conflictos familiares más rocambolescos.

Esta crónica, tuvo lugar hace pocos años, precisamente un 24 de diciembre en el que además me encontraba muy enfermo, con fiebre y gripe. Recibí una llamada urgente de un cliente comunicándome brevemente que no podía acceder al hogar por un malentendido familiar grave. A pesar de mi estado, por las fechas y por el desasosiego del cliente, no podía dejarlo desamparado, así que me dispuse a escuchar su historia.

Sabemos que son fechas familiares, quizás que crean cierta tensión por los preparativos, pero no te llegas a plantear que el malentendido familiar grave sea causado por una infidelidad del cliente en el mismo día en el hogar familiar a punto de celebrar la Nochebuena, con los hijos menores y el resto de los familiares como testigos a tal impresionante escena.  

Y bien aquí estamos ante una dicotomía. Desde el punto de vista moral, la consecuencia de los actos no parece tan desmesurada y hasta quizás comprensiblemente justa, pero desde el punto de vista legal, no se puede impedir a un miembro el paso al domicilio familiar.

En mi estado febril, acudí al médico para recibir atención y poder atender a mi atribulado cliente. Lo encontré en la puerta del chalet, desconsolado y sin poder entrar. Le pregunté cómo era posible que se le ocurriera hacer algo así en una fecha tan señala. Su respuesta: “Morbo”.

Tras las gestiones en el juzgado de guardia, logré que regresara a la vivienda familiar. Como es comprensible, iniciamos los trámites de divorcio con liquidación de bienes y la disputa por la custodia de los hijos.

Sorprendentemente y a pesar de las circunstancias, tras varias reuniones con el cónyuge afectado, decidió también contratarme para llegar a un mutuo acuerdo en vez de iniciar una demanda de familia contenciosa de divorcio y guardia y custodia. Como abogado, mi deber era velar por el bienestar de los menores y mantener una posición neutral, ya que mi cliente aceptó la posición de ir por esa vía judicial. El caso concluyó con la cesión de la propiedad de la vivienda familiar a la esposa y una pensión compensatoria superior a los baremos establecidos.

En resumen, esta crónica legal nos muestra que, más allá de las leyes y los procedimientos, los abogados también somos testigos de las complejidades humanas y las historias de la vida que se entrelazan en los tribunales. A la misma vez, tenemos la responsabilidad ética y moral de no contribuir a complicar innecesariamente los procesos, sino todo lo contrario.

Juan Pedro Mantilla Martínez