‘A mis mejores amigos no los he visto nunca’ Raymond Chandler nos dice mejor que nadie como era el genial autor
Un viaje excepcional al mundo de Chandler, marcado por la genialidad, el alcoholismo, la soledad y la visión crítica de la industria del cine. Una lectura fundamental para los fans del género.
Manuel Vega
‘A mis mejores amigos no los he visto nunca’ recoge una amplísima selección de la correspondencia y la obra periodística de Raymond Chandler, y constituye como tal un volumen inédito.
Aquí se desvelan sus reflexiones literarias, que se caracterizan por un gran sentido del humor, los secretos de su personalidad siempre al borde del abismo, su intuición artística, su curiosidad intelectual y su tormentosa relación con Hollywood.
La primera parte del libro es una antología de sus cartas a amigos, editores, agentes y colegas que se lee como una fascinante biografía. La segunda parte consiste en una decena de artículos escritos para la prensa -varios nunca antes traducidos-, que retratan su cambiante visión del mundo a lo largo de los años.
Raymond Chandler no es solo uno de los mejores escritores de novela policíaca: Es una de las mentes más lúcidas del siglo XX. Es difícil encontrar a autores que se expresen con tal claridad de ideas, con tanta fuerza, de modo tan inteligente y divertido a la vez. Sus novelas son irregulares desde el punto de vista esquemático, no persiguen el mecanismo perfecto o la sorpresa final que llevaron a la fama a autores como Agatha Christie.
Quizás porque Raymond Chandler no es estrictamente un escritor policíaco: el tiempo nos ha demostrado que es mucho más.
Estas cartas y ensayos selectos lo demuestran: sus comentarios y reflexiones no han perdido, en estos últimos años, ni un ápice de su vigencia.
7 de Marzo de 1950 (A Dale Warren)
“El contraste entre las afirmaciones publicitarias sobre los libros… y los libros mismos, cuando uno los tiene entre manos, es tan gigantesco que uno empieza a preguntarse si no se estarán pasando de listos”
Chandler, de ascendencia irlandesa, nació en Chicago en 1888. Su padre era un alcohólico que trabajaba en el ferrocarril y prácticamente no aparecía por casa. Él y su madre pasaron los primeros años de infancia en casas de alquileres, hoteles baratos y casas de familiares hasta que, con 7 años regresó junto con su madre recién divorciada a Irlanda. Estudió en Londres con ayuda de su abuela y de su tío, aunque ninguno se ofreció a pagarle la universidad, por lo que terminó presentándose al examen de ingreso de la Administración Pública Británica, el cual aprobó. Trabajó en una oficina de municiones, pero terminó renunciando a los pocos meses.
11 de Noviembre de 1952 (A William Townend)
“La generación actual de ingleses me impresionó mucho. Hay un toque de agresividad en las clases trabajadoras y en los que no fueron a escuelas caras que pienso que es algo nuevo y que personalmente no encuentro para nada desagradable, ya que es más notorio aún en este país. Y los verdaderos tipos de escuelas caras, o muchos de ellos, con sus gorjeos de pájaros, se están volviendo un poco ridículos, me pareció”.
Después de cinco años malviviendo en Londres en sitios de mala muerte y escribiendo para revistas baratas Chandler emigró él solo a Estados Unidos en 1912, con 25 años. Allí pasó por una serie de trabajos como encordador de raquetas de tenis, recolector de fruta, dependiente o administrativo hasta que cinco años después, en 1917, viajó a Canadá para alistarse en los Gordon Highlanders, un regimiento escocés que combatiría a los alemanes en Francia en la I Primera Guerra Mundial, y en el que terminó ascendiendo a sargento de batallón.
22 de Noviembre de 1950 (A Charles Morton)
“La televisión es realmente lo que hemos estado esperando toda nuestra vida. Para ir al cine se necesita cierto grado de esfuerzo. Alguien tenía que quedarse con los niños. Había que sacar el coche del garaje, lo que no era fácil. Y había que conducir hasta el cine y aparcar. A veces había que caminar hasta media manzana. Después, gente con cabezas grandes se sentaba delante de uno y lo ponía nervioso… La radio fue mucho mejor, pero no había nada que mirar. Uno dejaba vagar la mirada por el cuarto y podía ponerse a pensar en otras cosas, cosas en las que no quería pensar. Tenía que usar algo de imaginación para crearse un cuadro de lo que estaba pasando a partir del sonido y nada más. Pero la televisión es perfecta. Basta con girar los botones, arrellanarse en el sillón y vaciar la mente de todo pensamiento. Y ahí se queda uno, contemplando las burbujas que se forman en el barro primigenio. No tiene que concentrarse. No tiene que reaccionar. No tiene que recordar. No se extraña el cerebro porque no resulta necesario. El corazón y el hígado y los pulmones siguen funcionando normalmente. Aparte de eso, todo es paz y silencio. Es el nirvana del pobre. Y si aparece alguien de mente malvada y le dice que uno parece una mosca posada en un cubo de basura, no hay que prestarle atención”
A su regreso de la guerra trabajaría en una petrolera y se casaría con una ex-modelo que había falsificado su fecha de nacimiento: ella era 17 años mayor que él. Vivieron en muchos lugares de Los Angeles, no tuvieron hijos, y al final perdió su trabajo por culpa de su alcoholismo. Empezó a escribir para revistas baratas y en 1939 publicaría su primera novela “El sueño eterno”.
Febrero de 1951 (A H. F. Hose)
“Estoy de acuerdo con usted en que la mayor parte de los que se escribe hoy es basura. Pero ¿no ha sido siempre así? La situación no es diferente aquí, salvo que casi nadie le presta mucha atención al latín y al griego. Pienso que los escritores ingleses, hablando en general, son más tranquilos y corteses que los nuestros, pero esas cualidades no parecen llevarlos muy lejos. Supongo que una generación tiene la literatura que se merece, así como se dice que tiene el gobierno que se merece.
La mayoría nos impacientamos con el caos que nos rodea, y nos inclinamos a atribuirle al pasado una pureza de líneas que no fue evidente a los contemporáneos de ese pasado. El pasado, después de todo, ha sido tamizado y planchado. El presente, no. La literatura del pasado ha sobrevivido y por ese motivo tiene prestigio, aparte de su otro prestigio. Las razones de su supervivencia son complejas. El pasado es nuestra universidad; nos da nuestros gustos y nuestros hábitos de pensamiento y nos fastidiamos cuando no podemos encontrarles un base en el presente. No se puede construir una catedral gótica con métodos de línea de montaje; no se consiguen albañiles artistas en el sindicato”.
“El sueño eterno” se vendió bien aunque fue ignorado por los críticos, que necesitarían cuatro novelas más para empezar a reconocer su talento. Para entonces Chandler se había cansado del género policíaco y de las revistas pulp: seguía sin dinero, recluido, con una esposa cada vez más enferma. Precisamente entonces vendría la llamada de la industria de Hollywood, con la que emprendería una relación tormentosa y llena de altibajos durante cuatro años de la que saldrían películas como la adaptación de “El sueño eterno”, además de los guiones de “Perdición”, “La dalia azul” o“Extraños en un tren”.
De pronto, era un personaje rico y famoso que aparecía en las revistas de cotilleos. A pesar de ello, Chandler seguiría llevando una existencia solitaria marcada por sus recaídas en el alcohol y su incesante correspondencia como principal toma de contacto con el mundo exterior.
1953 (A Juanita Messick)
“¡Cuánta mentira se usa para vender! Por ejemplo, en la publicidad de cigarrillos. Cualquier marca es más suave y menos irritante que las otras. El cigarrillo ideal no tiene gusto a nada. ¿Por qué fumar entonces? Lo que necesitamos para asar es una chuleta que no salpique, una chuleta que no contenga grasa ni ningún otro ingrediente ofensivo, y de paso que no tenga sabor. Lo que necesitamos es una chuleta sin carne para asarla en un asador sin calor en un horno inexistente y para que la coma un fantasma sin dientes”
Después de publicar “El largo adiós” en 1953 moriría su mujer, tras largos años de enfermedad. Chandler nunca se recuperaría de su pérdida: intentos de suicidio, un deambular errático por Europa y el sur de California, siempre ebrio y al borde del colapso nervioso. No cesaría de escribir cartas, aunque sí novelas. Su último intento, “Poodle Springs”, se publicaría incompleta en 1959, el mismo año de su muerte.
Se cuenta que solo 17 personas acudieron a su funeral, y uno de ellos era un representante de la asociación Mystery Writers of America, detalle que le hubiera hecho muchísima gracia.