John Le Carré, el espía narrador de la Guerra Fría
Los espías de sus páginas son cínicos, muchas veces borrachos; en ocasiones, más que guiados por el idealismo político, parecen buscar en el espionaje la excitación. Murió el pasado domingo a los 89 años de una neumonía.
En 1963, cuando publicó ‘El espía que surgió del frío’, David Cornwell, su verdader nombre, llevaba más de una década colaborando y trabajando en el MI5, el servicio de espionaje británico.
Había sido reclutado, como tantos otros de su generación, por su dominio del alemán a finales de los años cuarenta, cuando se empezaban a poner las bases de la feroz competencia entre el mundo comunista y el capitalista que se conocería como Guerra Fría.
Su trabajo consistía en reclutar a espías en el mundo soviético y luego mantener el contacto con ellos para que le pasaran información y coordinar sus acciones. También había publicado dos novelas bajo el seudónimo de John le Carré porque el MI5 le impedía firmar con su nombre real.
Habían tenido un éxito modesto. Pero ‘El espía que surgió del frío’ lo cambió todo. En ella, un espía británico finge ser un desertor en la Alemania del Este para conseguir información sobre alguien que podría ser un agente doble.
El MI5 le permitió publicarla porque sus superiores consideraron que era tan completamente ficticia que nadie podría sospechar que su autor era un espía de verdad. Pero los lectores de medio mundo opinaron lo contrario: les pareció tan realista que, desde entonces, la imagen popular de los espías de la Guerra Fría estaría modelada por esa gran novela y las posteriores de John le Carré.
En la obra de Le Carré siempre había presente otra idea: la de que, a pesar de su retórica sobre la libertad y la superioridad del mundo democrático sobre el comunista, los métodos del espionaje occidental eran sucios y carecían de principios morales.
En los años setenta, Le Carré publicó algunas de sus mejores novelas: ‘El topo’, ‘El honorable colegial’ y ‘La gente de Smiley’, protagonizadas por este último, George Smiley, un espía que es lo contrario de James Bond: es bajo, calvo, tiene sobrepeso y lleva unas gafas de gruesa pasta negra; con frecuencia es ignorado o hasta maltratado, pero es implacable y alcanza un enorme poder, en parte, porque consigue que los demás le infravaloren constantemente.
Se convirtió en alguien casi tan famoso como James Bond, pero por las razones contrarias: parecía encarnar determinadas virtudes británicas, como la implacabilidad tras un aspecto anodino, la indiferencia hacia el día a día de la política o la capacidad para recurrir a métodos radicales para lograr un objetivo.
Se hicieron series y películas de sus obras y vendió más de 60 millones de ejemplares en todo el mundo.
Pero si ‘El espía que surgió del frío’ fue publicada un año antes de que se construyera el Muro de Berlín, la carrera de Le Carré siguió después de que este cayera, en 1989, y después
colapsara el mundo soviético. Aún publicó novelas brillantes sobre asuntos de actualidad como las grandes farmacéuticas, el tráfico de armas o la guerra contra el terror.
En su último libro, publicado el año pasado, ‘Un hombre decente’, Le Carré se adentraba en el mundo más actual: Brexit, Trump, Putin y el renovado papel de los espías frente a cuestiones como la invasión de Ucrania o la conversión de parte de los luchadores contra el comunismo en simples mafiosos en países del Este. Le Carré no fue solo un gran novelista. Fue quien de alguna manera inventó la imagen que muchos hemos tenido de la Guerra Fría y la lucha entre dos modelos políticos. Una lucha que dominó por completo la política, la economía y la cultura durante 40 años. Y que, en cierto modo, no terminó en 1989, sino el pasado domingo, cuando murió quien escribió las mejores historias de sus rincones más inmorales y crueles.