Javier Reverte, de ocupación “experto”
El primer libro que leí de Javier, de título inspirador para los que nos apasiona viajar, se llama “Billete de ida”. Desde la primera página hasta la última la escritura de Javier es totalmente entretenida a la vez que sincera, directa, ágil y exhaustiva.
Javier es un viajero atemporal, lo ha hecho en el tiempo en el que ha vivido, como lo habría hecho en cualquier otro tiempo que le hubiese tocado vivir. Era sin duda algo que tenía clarísimo. Viajaba como era, desde la sencillez. Era un mochilero atemporal, un humilde observador, un escritor “franco y tirador”, muy reflexivo, pero de una franqueza extrema y no dudaba en decir las cosas de forma clara y directa cuando sabía de qué hablaba.
Sus prolongados viajes, así como las muchas horas que dedicaba a la contrastación de documentos, en ese Valsain que tanto le producía, hacían que sus libros nunca fallasen en su propósito.
La escritura de Javier para mí es renacentista, mezcla todo a la vez y eso la hace divertida. Además consigue algo muy difícil en este tipo de relatos: no perder nunca el rumbo y hacer, de sus libros, obras adictivas para el lector. Es el único escritor al que recomiendo en su totalidad a casi cualquier persona que me pide alguna recomendación para leer, y nunca, repito nunca, nadie ha dejado de agradecerme la recomendación.
Tuve la suerte de conocer a Javier en una de sus conferencias, en nuestra común ciudad de Madrid. Siempre me ha dado mucho “corte” presentarme a la gente que admiro, pero aprovechando que había unos lectores haciendo cola para que les firmase algún libro que habían traído a la conferencia, me puse en la cola, aun sin tener ningún libro como excusa. Me quede el último y cuando llegó mi turno, no se me ocurrió nada más que decirle “gracias… (silencio prolongado), gracias Javier por lo que escribes, soy un apasionado viajero y puedo decirte que coincido contigo en tu enfoque integral sobre el mundo de los viajes”. En ese momento me di cuenta que había soltado una parrafada, cercana a la cursilería poco propia de mí, así que Javier, que en el fondo se había dado cuenta y se estaba descojonando en su interior, me dijo desde su humildad que ya sería para menos, que él hacía lo que podía, a lo que yo le respondí que poca gente escribía de forma tan completa sobre un viaje, destino o aventura. Y es aquí cuando al ofrecerle mi tarjeta (en aquella época yo trabajaba en una multinacional de los viajes y pensé que le podría ayudar si así lo necesitaba en algún momento con trámites viajeros), me entregó la suya, para mi sorpresa solo indicaba: “Javier Reverte, experto”, seguido de una simple dirección electrónica Gmail, un teléfono y la dirección de su piso. Ante mi sorpresa sobre el cargo de “experto” me explicó que un día, hablando con su editor, le dijo que no sabía qué poner en las tarjetas y éste le contestó, “pon experto, al fin y al cabo, escribes de todo y sabes de casi todo”. Y así es, ese editor dio en el clavo, Javier era una persona experta a base de mucha observación, itinerancia y lectura.
Javier era madrileño, como lo fue uno de los personajes de los que más escribió, el jesuita del siglo XVII, Pedro Páez, primer occidental que llego a las fuentes del Nilo Azul. Fue tal su estudio sobre este personaje que hasta ha sido capaz de corregir fuentes jesuitas e históricas anteriores sobre tan importante descubridor, hasta hace poco olvidado y que Javier rescato para el gran público, poniendo su granito de arena en esa necesaria labor pendiente que es rescatar la memoria de grandes viajeros españoles.
Pero Javier más que madrileño era mundialista, parecía callado y observador, y lo era en un primer momento. Pero en poco tiempo te dabas cuenta que era un viajero curioso, empedernido y cuando quería social, lo que le hacía viajar como viajaba. Un viajero de “larga estancia”, un buscador de historias que hacía únicas cuando las pasaba al papel, como muchas veces tuve la suerte de comprobar, no solo leyendo su obra, sino sobre todo manteniendo la relación epistolar que tuvimos en los últimos años, tras aquel anecdótico intercambio de tarjetas y otros encuentros posteriores.
Espero con ahínco que esté donde esté, esté viajando, porque sin duda esa era su fuente de inspiración, su razón de ser para y con sus libros y escritos.
Descansa en paz amigo.
Carlos Vara García.