Deporte y vida sana

Estudiantes, 75 años de un club que nació en un colegio

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El equipo de baloncesto celebra su aniversario entre malabarismos para sobrevivir en la Liga LEB con una deuda de 7 millones, pero con el apoyo incondicional de la afición y de los patrocinadores.
LMN

El vínculo entre el Ramiro de Maeztu y el baloncesto es tan estricto que cuando cruzas la valla para entrar al colegio, pasas por delante de las puertas del pabellón Antonio Magariños , el pabellón donde juega sus partidos el Estudiantes.

Cualquier día, después, y muchas veces durante las clases, las canchas de baloncesto del instituto están repletas de alumnos y alumnas durante el recreo. Se agolpan para tirar a canasta. El sonido de la pelota contra el suelo es lo que más se escucha, una y otra vez, una cancha detrás de otra.

Aquí no hay porterías, ni campos de fútbol; solo de baloncesto. Al único campo de fútbol que había, hace más de 70 años, el utillero Manolo Cabido llevaba las canastas, porque ahí cabía más gente. También las pusieron en el frontón del colegio: cualquier lugar era bueno para jugar al baloncesto.

En esa época había paneles al lado de las canastas en los que se anunciaba la fecha y la hora del siguiente partido del Estu. Y una radio escolar que informaba sobre ello. Cuando te matriculabas en el colegio, por 25 pesetas más te podías sacar el carné de socio del club.

Por eso dicen todos que el mejor socio del Estu es -o quizás fue, porque los tiempos cambian- el Ramiro. Por eso dicen todos que el Estu es el equipo del patio del colegio, que presume, además, de una de las mejores canteras de Europa.

En sus aulas, en el curso 1947-48, un grupo de alumnos inscribió en la Federación Castellana de baloncesto un equipo con el nombre “Ramiro de Maeztu” en Tercera División de Castilla. Un año más tarde, en el curso 1948-49, se constituyó formalmente el Estudiantes, que este pasado domingo a las 12:30 contra el Lleida celebró el partido de su 75 aniversario. 

Su existencia sea tildada por algunos de “milagro”, con una deuda que ha sido reducida de 16 a 7 millones de euros en este momento.

Y sale a la cancha, pese a todo esto, ante unos 10.000 espectadores y conservando su esencia y sus valores. Los que hacen que haya patrocinadores tan potentes como Movistar, por ejemplo, que sigan apostando por ellos y por su marca, aunque estén en Segunda, a donde descendió, por primera vez en su historia, en 2021 Y que, pudiendo hacerlo, no han renegociado los contratos a la baja con la pérdida de categoría.

El apoyo de la afición es incondicional, pese a que el último triunfo es del año 2000 (la última de las tres Copas del Rey que tiene en sus vitrinas). El club tiene unos 8.000 socios, 10.000 accionistas y una media de 6.500 asistentes a los partidos.

Y ahí siguen luchando para defender los colores, las ideas, los principios y el trabajo. Porque, como dicen los veteranos “el Estu es como una bandera, de una manera de ser, de sobreponerse y superar obstáculos”. El Estu es una forma de vida, dicen los que pertenecen a él y lo han mamado desde pequeños; una forma también de lucha, de resistencia, de sentir unos valores, de educarte. Es pasión y amor, es cantera (unos 2.300 chavales) y cantera inclusiva ny un equipo femenino. Fundado en 1992, que juega en la máxima categoría, quinto en Europa la campaña pasada; y es otros tantos con niños con discapacidades físicas e intelectuales.

Ignacio Triana, el presidente del club, explica así lo que es Estudiantes, consciente de los malabarismos que hace para mantenerlo con vida pese a la deuda. Y más en una época en la que el deporte se ha convertido en un negocio.

Dice que el club (tercero ahora mismo en la LEB) ha pagado la tentación de “vivir por encima de sus posibilidades” y que ahora “toca purgar los excesos”. Hacer un equipo competitivo con los escasos recursos es su reto. “Lo que queremos ser y lo que somos es un medio para formar personas en la idea de lucha contra el status quo y lo establecido; de no conformarse, un medio donde se utiliza el baloncesto como una herramienta para tratar de influir en la sociedad en algo que creemos que merece la pena: valores y respeto. Aquí formamos personas a través del baloncesto. Si nos cronificamos en la LEB, vamos a perder relevancia social y eso sería el principio del fin”.