Alfred Hitchcock: obseso y torturador de mujeres
Hace 40 años que murió este director de cine inglés gordo y mofletudo le hubiera encantado tener la pinta y el encanto de Cary Grant, al que dirigió en muchas ocasiones
Hace 40 años que murió este director de cine inglés gordo y mofletudo le hubiera encantado tener la pinta y el encanto de Cary Grant, al que dirigió en muchas ocasiones. Él tampoco se propuso, desde que era joven, formar parte de los dioses del Olimpo. Pero consiguió a ser el más inteligente y profesional de la clase, a realizar su difícil trabajo mejor que nadie, a perfeccionar el arte de contar historias con una cámara hasta límites sublimes.
Cuenta uno de sus biógrafos que en su agonía el hombre gordo repitió más de una vez la palabra “soledad”, aunque estaba casado, la guionista Alma Reville. Con la única mujer con la que se casó.
Siempre le gustó el alcohol y en sus últimos años este fue su compañero más habitual. Y, cómo no, le volvían loco las señoras rubias, hermosas, sofisticadas y elegantes. Que, lógicamente, estaban liadas con otros, no con la foca mofletuda. Con alguna, como Grace Kelly, estableció una complicidad que incluía el voyerismo.
Su mujer,Alma Reville, era bajita, pelirroja y poco agraciada que nada tenía que ver con el paradigma de mujer que aparece en sus filmes. A Truffaut le diría: «Creo que las mujeres más interesantes, sexualmente hablando, son las británicas. El sexo no debe ostentarse. Una mujer inglesa, con su aspecto de institutriz, es capaz de montar en un taxi con usted y, ante su sorpresa, desabrocharle la bragueta».
La parte de su biografía más escabrosa
Peter Ackroyd sostiene en una biografía del cineasta que Hitchcock y Reville que nunca tuvieron intimidad conyugal. De hecho, apunta el biógrafo, Patricia Hitchcock, la única hija del cineasta, fue fruto de la única relación sexual en el matrimonio. Y aún más, que Hitchcock siempre fue un homosexual reprimido y que la muy masculina Reville tuvo un papel muy diferente al de una esposa al uso, a pesar de que estuvieron juntos durante más de medio siglo.
La férrea educación católica en la que vivió desde joven le hizo desarrollar un buen número de depravaciones, algunas tan inofensivas como el narcisismo de aparecer en ‘cameos’ en sus películas y otras más turbias como la tortura psicológica a la que sometió a las actrices de sus películas.
El caso más evidente es el de Vértigo. De entre los muertos’ (1958), casi un ensayo en torno a Freud con traumas, regresiones y obsesiones, donde James Stewart se empeña en transformar a una pelirroja Kim Novak en la amante rubia que un día tuvo y perdió. Con Novak no se cebó especialmente, pero sí con otras muchas. Su obsesión por Grace Kelly quedó patente en ‘Crimen perfecto’ (1954). Antes de una escena importante, le gustaba acercarse y contarle al oído historias procaces. Hizo repetir la escena en la que ella era atacada por un hombre escondido en las cortinas, una y otra vez. Hasta cinco días se deleitó en la tortura sadomasoquista hasta que ella no pudo con tanto golpe y magulladura.
En su libro ‘El lado oscuro del genio’, Donald Spoto sostiene que Hitchcock nunca le perdonó a Kelly que abandonase el cine para convertirse en princesa de Mónaco y que en la escena de la ducha de ‘Psicosis’ (1960) Janet Leight era realmente una nueva Grace Kelly con la que descargó su furia en forma de cuchilladas. Más gasolina para Freud.
Pero fue con Tippi Hedren con quien Hitchcock acabaría llevando al límite su obsesión enfermiza hacia las mujeres. Tras descubrirla en un anuncio de televisión, el director inglés se encaprichó de ella y dirigió con ella dos películas: Los pájaros (1963) y Marnie, la ladrona (1964).
Ella nunca se dejó intimidar ni cedió a los intentos de aproximación del genio y él se vengó sometiéndola al ataque de aves reales y boicoteando su carrera una vez que ella abandonó el estudio de un portazo al grito de «¡Puto cerdo gordo!».
Antes había prohibido a Rod Taylor y Sean Connery, sus compañeros de reparto en ambas películas que la tocasen. Tres años tardó Hedren en volver a conseguir un papel. En sus memorias, publicadas hace un lustro, la actriz no le dedica buenas palabras: «Mi misión ha sido demostrar que, aunque puede que Hitchcock arruinara mi carrera, nunca permití que arruinara mi vida».
Cuenta el excelente guionista y muy divertido y malicioso escritor William Goldman que el cine de Hitchcock fue grande hasta que Truffaut y otros cultivados espíritus le convencieron de la enorme trascendencia y coherencia de su obra, de poseer un universo a la altura de los artistas más intocables.
Hitchcock inicialmente mostró cierto escepticismo hacia tanto justificado halago, pero como era humano, le fue encantando que los más inteligentes le consideraran el rey. Según el perverso Goldman, a partir de ahí, Hitchcock hizo películas pensando en la opinión de los críticos. Para unos es cierto esto y para muchos no, pero no deja de ser un detalle de esa personalidad atormentada del genio inglés.
Betty.G.S