‘Nosferatu’ es la obsesión de su director desde su infancia hecha realidad: vampiros, profanaciones y ocultismo
Robert Eggers, el cineasta de la oscuridad y el paganismo, se embarca en la que dice su obra «más personal» y se enfrenta al mito del chupasangres.
BettyGS
La primera vez que Eggers se atrevió a mirar al terrorífico rostro del actor Max Schreck tenía ocho años y le conmocionó tanto que decidió que quería pasar toda su vida repitiendo ese momento. Años más tarde se convirtió en director y después de varias películas, se enfrentó a su obsesión.
El Nosferatu del siglo XXI es frío como un cadáver, desalmado como la cája torácica de un pollo asado. La película de Eggers parece el trabajo de un fan demasiado preocupado por el encuadre y por convertir el icono del gótíco victoriano en una película de aventuras.
Comienza con una falsa promesa: planos oníricos sugerentes y sedosos que elevan en solitario una puesta en escena demasiado constreñida, demasiado consciente de sí misma, sin un grado de margen para que dentro del plano ocurra la magia.
Porque el conde Orlok es, a su vez, el ascua que enciende los deseos más íntimos de la protagonista y el objeto de su repulsión. Porque es el único que parece entenderla en el fondo, mientras los hombres de bien de su entorno o la temen o la compadecen. Es la única intérprete cuya actuación se mueve en el registro lánguido y atormentado que exige la historia, que muchas veces se deja llevar por un grotesco involuntario rayano casi en la parodia.
Muy a pesar de lo convencional y predecible de su historia, es un auténtico placer para los sentidos. Una tras otra, asistimos a postales situadas en el limbo entre lo bello y lo pesadillesco, entre lo demoníaco y lo sublime.
Sinopsis
En 1838 el joven ayudante de Hutter, tiene que viajar hasta Transilvania para cerrar una venta con un cliente, un conde que vive en un castillo de Los Cárpatos. Tras un complicado y siniestro viaje llega al lugar, donde las escalofriantes experiencias continuarán. Hutter se descubre la marca de unos colmillos en su cuello y pronto comprenderá que el conde es en realidad la reencarnación del vampiro Nosferatu.