Cultura y entretenimiento

Michel Houellebecq y «Anéantir», su última novela, una desgracia para los hombres

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Con su última obra, a la que vamos a castellanizar como “Aniquilar”, Houellebecq completa su concepto literario: contar historias de hombres blancos en el patriarcado. En ella, el autor francés habla de una sociedad europea en vías de desaparición, y a cuyo último suspiro asistimos desde hace una década con el auge de los partidos populistas y conservadores de derecha.
Manuel Vega

La trama se desarrolla durante la campaña de las elecciones presidenciales francesas de 2027. Bruno Juge, ministro de Economía, Finanzas y Presupuesto, es ayudado por su equipo en su afán de llegar a la presidencia. Paul Raison, el verdadero protagonista de la novela, apoya activamente esta iniciativa, mientras que simultáneamente intenta reavivar la adormentada relación que mantiene con su esposa Prudence, hasta que una enfermedad pone en peligro su vida. La historia tiene un poco de novela de espías.

La provocación de Houellebecq

Desde la presentación de su bestseller «Sumisión», Michel Houellebecq se ha hecho famoso como un autor político provocador que a través de sus novelas analiza los acontecimientos contemporáneos. «Anéantir», es también el retrato de una época que está desapareciendo, en la que los hombres tenían una indiscutible soberanía en la interpretación de la vida y la sociedad.

En la novela, un hombre blanco analiza la decisión de su cuñada blanca infértil de tener un hijo negro mediante inseminación artificial. Que le parezca imposible no es de extrañar; pero que luego fantasee que ella tal vez lo hace para humillar a su marido (su hermano), que también es blanco, es un ejemplo de la descripción que hace Houellebecq de lo que actualmente se denomina «masculinidad tóxica»: hombres que ven a las mujeres como el enemigo, al matrimonio como una prisión, a los niños como una carga y a las personas negras como inferiores.

En consecuencia, su existencia no es alegre, y Houellebecq no lo oculta. Sus personajes masculinos y blancos, son siempre infelices; no les ahorra ninguna humillación ni debilidad, no les permite ni ilusiones ni felicidad personal. 

Los personajes no se destruyen, desaparecen

Esto es lo que le pasa al protagonista, Paul. En el mismo momento en que redescubre su amor por Prudence, le diagnostican un cáncer de lengua y deberá decidir entre extirpársela o morir. Como es lógico, prefiere perder su vida antes que su lengua. Por supuesto, no le dice a su mujer que tendría más posibilidades de sobrevivir si se operara. El trabajo de ella es cuidarlo mientras él desaparece.

La infelicidad de los personajes del autor tiene su origen en la naturaleza de las personas que aparecen en sus libros. Los hombres se dejan llevar por el sexo y se sienten injustamente subyugados. Las mujeres en realidad preferirían de corazón estar en casa, criando a los hijos y cuidando a los familiares enfermos. Los géneros no binarios son temas que sus libros prefieren no tocar.

Escapismo para nacionalistas de derecha

Las ficciones de los libros de Houellebecq reflejan un pasado que algunos todavía añoran con nostalgia. Esto se puede apreciar en la campaña presidencial francesa de 2022, tanto en la populista de derecha Marine le Pen como en el radical Éric Zemmour, que básicamente promete devolver a Francia a los supuestamente gloriosos años 60.

Las historias de Houellebecq son el escapismo que los conservadores nacionalistas de derecha francesa necesitan. Esto porque el país, al igual que otras democracias europeas, se encuentra hace años en un nuevo presente en que las mujeres, las personas no blancas y de género no binario quieren sentirse como iguales y reclamar poder político, lo que asusta a algunas personas.

La razón por la que Houellebecq tiene tanto éxito, a pesar de las provocaciones y la ruptura de tabúes, radica en lo que ofrece a los lectores: sus historias nos permiten entrar en la cabeza de alguien que le tiene miedo a una sociedad igualitaria y que prefiere estar solo antes que abrirse a alguien en igualdad de condiciones.

Una bomba al final

«Aniquilar»(o «Anéantir») será la última novela de Houellebecq, según anuncia el autor en el agradecimiento: «Afortunadamente acabo de llegar a una conclusión positiva; para mí ha llegado el momento de parar». Esto puede entristecer a varios, como por ejemplo, a la escritora y biógrafa de Houellebecq, Julia Encke: «¿Quiere parar? ¿Ahora? ¿Por qué?», dijo a un periódico alemán.

La respuesta es obvia. Michel Houellebecq sabe cuándo ha llegado el momento de abandonar el escenario. En innumerables novelas ha cumplido su intención: inmortalizar en la literatura la soledad de la existencia masculina en el patriarcado. Lo ha conseguido. Solo queda decir una cosa: Adiós. 

¿Quién es, en realidad, Michel Houllebecq?

Son muchos los que han querido retratar al escritor francés y la cosa no ha sido fácil. Desde muy joven desde que empezó a escribir y publicar ha sido un dolor de cabeza para los que han intentado comprender la personalidad que se acerque más a la realidad del personaje. Hace más o menos dos años encontré este texto en DW que fue para mí una guía y que lo reproduzco para ver si os pueden acercar un poco más a este fenómeno al que cada vez entiendo mejor y del que cada día me distancio más.

Michel Houllebecq es como un monstruo de mil cabezas. Repele en la misma medida que fascina y añádase a ello la complejidad de un perfil cargado de contradicciones, porque él es en sí mismo una paradoja con patas. Un maldito y un millonario. Un romántico y un cínico. Un nihilista y un moralista.

En la actualidad no hay escritor francés más popular que Houellebecq. Los medios de comunicación no pierden la menor oportunidad de echar leña en el disparadero de sus novedades (aunque otras circunstancias también se alíen, como se verá más tarde) y él, hábil estratega, apuntala su fama de chico terrible y marginal

Se vende como un ermitaño harto del mundo pero se compra como un producto más de la sociedad del espectáculo.

Tratándose de una persona que no solo ha envejecido en público sino que ha mostrado sin tapujos su decadencia física e incluso psicológica (unida a un desaliño mayúsculo), una de las cosas que más ha interesado a los medios es la carrera amorosa del señor Houellebecq (contrapunto real a las miserias sexuales que relata en sus novelas). ¿Cómo se las ingenia para seducir este hombre que se diría no conoce el jabón ni cómo funciona un peine, que compra su ropa en mercadillos de segunda mano? De ahí que su reciente boda (la tercera, por cierto) con la treintañera Lysis, a quien conoció cuando esta le entrevistó recientemente para una tesis universitaria sobre su obra, haya sido el acontecimiento ‘celebrity’ del otoño. Las fotos del enlace se filtraron a partir del Instagram de Carla Bruni, que junto a Nicolas Sarkozy, fue una de los invitados. También ha estado circulando en los wasaps parisinos un vídeo del escritor lanzándose a cantar en el enlace, lo que no debe sorprender porque en el 2000 grabó un disco, ‘Presence humaine’, que se podría definir como un cruce entre Patti Smith y un rapsoda estilo Manolo Otero. Un punto más para la ‘star’.

El escritor 

Con todo este bagaje, ¿se puede ser un escritor serio? Mucha crítica francesa tiene sus dudas. Pero como siempre las posiciones están divididas. Unos hablan de su prosa simple y funcional, plana como una meseta. A otros no les importa tanto el estilo y prefieren centrarse en las intenciones. Si para saber cómo respiraba Francia en el siglo XIX era necesario leer a Balzac, el paso del siglo XX al XXI, con su crisis absoluta de ideales, no se entiende sin Houebellecq, que sigue la tradición de los grandes (¿o no?) escritores franceses que apuntalándose en la filosofía se convierten en los notarios de la decadencia de antiguos esplendores. De ahí a compararlo con el nihilista Albert Camus, un paso. Los detractores del autor tuvieron que tragarse que en el 2010 y gracias a ‘El mapa y el territorio’ se hiciera con el Goncourt.

El provocador

Fue precisamente en el siglo XIX cuando en tiempos de un maldito de verdad como Charles Baudelaire se acuñó el lema ‘épater le bourgeois’, o lo que es lo mismo dejar al burgués patidifuso. Más de un siglo después, esa labor resulta mucho más difícil. Houellebcq afinaba su puntería con una perfecta andanada en la línea de flotación de la corrección política ya en su primera novela, ‘Ampliación del campo de batalla’, que podía leerse en clave autobiográfica (el protagonista trabaja como informático en la Administración pública, como el mismo autor) y en la que se despliegan las obsesiones que se repetirán una y otra vez en su escritura (una y otra vez, sí): el individuo machacado por el consumismo, la crisis de los valores republicanos (que en Francia hasta hace muy poco siempre puntuaban doble), el erotismo concebido como un producto más…

El profeta

Lo han repetido hasta la saciedad los diarios franceses. Houllebecq predijo en ‘Sumisión’ los atentados de la revista ‘Charlie Hebdo’ que el malhadado día D debía llevar en su portada una caricatura del escritor y ahora vuelve a predecirlo en ‘Serotonina’, ya que ahí se describe un levantamiento rebelde de los campesinos normandos frente a la policía en el que es fácil superponer los disturbios de los ‘chalecos amarillos’. Ciertamente, Houellebecq no es un estilista pero no se le puede negar su habilidad para mostrar el aire de los tiempos.

El raro

Utilizar una cuerda para sujetarse los pantalones. Desaparecer durante semanas para alegría de los más sensacionalistas que se frotan las manos en secreto imaginando que puede aparecer como cadáver, víctima de sí mismo en un suicidio o directamente asesinado, como cuenta en ‘El mapa y el territorio’. Irse a vivir a Irlanda para que nadie le moleste (en realidad para eludir el fisco). Pelearse con su desagradable madre que le abandonó de niño y que escribió un panfleto en su contra. Sostener el cigarrillo como nadie, entre los dedos corazón y anular. Sí, Houellebecq es raro.

El personaje

¿Pero de verdad Houellebecq es raro o lo hace ver? Jamás lo sabremos. Su personaje lo ha devorado por completo. Incluso se interpretó a sí mismo en una curiosa -por decir algo- película en la que se mostraba algo más cálido y menos monstruoso que en sus novelas. Porque es casi imposible no ponerle a sus protagonistas depresivos, pornoadictos y sarcásticos el rostro del propio autor, a quien le gusta alardear de emplear todo su tiempo libre en la contemplación de vídeos porno de aficionados junto a su flamante esposa. Y una inquietud. En ese juego de espejos al que le gusta jugar sorprende en ‘Serotonina’ la figura de Yuzu, su hipersexual amante con cualidades de «escort de alta gama» que no se echa atrás en las prácticas zoófilas, y que, japonesa, es tan asiática como Lysis, su esposa china.

El radical

Entrar por primera vez en el territorio Houellebecq resulta tan inolvidable como un nocaut en plena barbilla. La radicalidad de sus primeras novelas iluminaba la insatisfacción de muchos lectores. Con el tiempo, sus irónicas alusiones a Hitler, Franco (en ‘Serotonina’ le divierte imaginarlo como impulsor del turismo en España) en la ficción han acabado, por ejemplo, en una encendida defensa de Donald Trump en un artículo de ‘Harper’s Bazaar’. «Es el mejor presidente que he conocido», ha escrito. Y ahí es fácil que nos persiga una duda: ¿es acaso el autor que mejor está entendiendo la deriva del neofascismo en Europa? Y otra más: ¿es el mensajero que alerta? ¿O el vocero de Marine Le Pen más publicitado?