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Licenciada en comunicación maternal

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Ahora que la hija mayor de esta DirCom que les escribe ha cumplido su mayoría de edad, me doy cuenta de que yo misma celebro mi 18 aniversario en el mejor puesto de mi vida: el de ser madre. Así que ahora sí; me considero licenciada también en esto tan difícil como imposible que es tener una excelente comunicación en el hogar.

Hace 18 años nació mi hija a la que pronto acompañaron dos hijos más. Para una amante de la comunicación que, además, se gana la vida haciendo comunicación, era una asignatura importante lograr un diálogo fluido entre mis hijos y sus padres. El objetivo no era muy original, más bien un deseo compartido con todos los que tenemos familia: que la confianza y el respeto fueran los dos grandes pilares de nuestra comunicación.

Recuerdo que una vez, comentando con mi amiga Inés la serie ¨This is Us”, hablábamos de lo mucho que hablaban esos padres con hijos trillizos, uno de ellos adoptado. ¡Qué envidia nos daba! Y entonces mi amiga Inés dio con la clave: “ya, pero es que los hijos en las series hablan; los nuestros no”. Totalmente de acuerdo.

¿En qué momento dejan nuestros hijos de hablarnos? De pequeños, hay veces que dejamos de escuchar saturados de todo lo que nos contaban: las pelis, el cole, los compis, los lápices, los deberes, los profes… Todo ello mezclado con el diálogo de nuestra mente: qué les doy de cena, qué me pongo mañana, qué hago por su cumpleaños… Y de pronto un día, recibes el primer monosílabo. Si tienes suerte es un “sí”; pero también existe el “no”. Y el “paso”. Ellos mismos aprenden a decir que no, aunque, como le dije una vez a mi hijo Ángel, “el que sepas decir que no, no significa que yo vaya a aceptar ese no”. ¿Confianza – Respeto? ¡¡Háblame, aunque sea para mentirme!!

Eso sí. Al monosílabo le siguen momentos de explosión de la comunicación materno filial. De pronto el día que ibas a pasar de largo, te empieza a contar algo y no para ya, hasta la cena. Y tu con la cena sin hacer, te cenas cada palabra. Piensas que aun es posible; que lo has hecho bien; que el diálogo impera en el hogar. Pero dura lo que dura. Un WhatsApp, una llamada, la hora de la quedada lo interrumpe y ya solo queda esperar una nueva explosión.

Así que, así las cosas, decidí volver a los valores y a los objetivos: Confianza y Respeto. Confianza en que me cuentan lo que me tienen que contar. Respeto a sus silencios, sus monosílabos y sus explosiones comunicativas. Y yo siempre, audiencia fiel. Ese es el secreto.  No hay otra fórmula. Las he probado todas. Pero, por si quieren probarlas, se las resumo:

1) No interrogues, conversa (verán qué maravilla el monólogo que se van a marcar)

2) Escucha activa (bienvenidos al silencio… y al careto)

3) Ni mucha lógica ni mucha explicación (vamos, que lo que va a misa mejor especificarlo con claridad y repetirlo constantemente por todos los canales posibles)

4) Llegar a acuerdos (prepárense para perder y ganar un beso; o ganar y perderse el beso)

5) Conectarse con los hijos (eso sí funciona; a mi hablarles por WhatsApp me va genial y los emoticonos que me devuelven, me demuestran cada día lo mucho que me quieren).

El mejor mensaje que he recibido de uno de mis hijos decía: “Q”. Traducción: “¿Qué quieres?” El segundo, uno reciente, decía “he sacado el lavaplatos para que no lo tengas que quitar mañana”. De todo hay.

Dicho todo esto, les diré que sí creo haber llegado a mi objetivo. En mi casa se habla. Cuando ellos quieren y de lo que ellos quieren. O de lo que nosotros les contamos cuando ellos no quieren contar. Nunca nadie dio con el plan de comunicación perfecto; y en esto no íbamos a ser pioneros.