Opinión

La Fabada de la abuela

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¿Se acuerdan de aquel famosos anuncio donde una familia de jóvenes capitalinos se acercaba a un entorno rural asturiano y la abuela de la casa de comidas del pueblo les servía una fabada?
Carlos Vara García

La tribu capitalina estaba encantada por lo bueno que estaba ese famoso plato de cuchara de la cocina astur, tan felizmente y sin saberlo, ojos que no ven estomago que no siente, se comían una magnifica fabada industrial que diez minutos antes la paisana había “desenlatado” y calentado sobre la marcha en la trastienda.

Mi buen amigo Miguel, de familia cocinitas y amante del buceo, siempre le da mucha importancia a lo que pasa en esas “trastiendas”, en como se elabora la comida que no vemos en los restaurantes. Lo hace con espíritu crítico, concluyendo gran parte de las veces, que como en la cocina de su casa en ninguna parte. Siempre he pensado que Miguel es un poco extremista en este sentido, pero cada vez más, le tengo que dar la razón.

Vivimos hacinados en ciudades, nos emperramos en ser cada vez más urbanitas, todos queremos estudiar, opositar u ocupar puesto en empresas importantes. Aceleramos nuestro ritmo de vida, cambiamos de móvil cada dos años, de coche cada cinco, las vacaciones de Verano Azul nos dejaron de ser suficientemente atractivas prácticamente cuando dejaron de emitir la serie, somos sadomasoquistas al resistir crisis económicas o políticas cada diez años de media sin aprender de ellas… y el uno de agosto de todos los años, nos buscamos la vida para refugiarnos en algún rincón autentico, o que nosotros queremos considerar autentico, ya sea en la playa o en el campo. Si podemos permitirnos el lujo de hacerlo hasta el treinta y uno de dicho mes, somos unos afortunados, entendiendo que los atascos de verano son inevitables. No nos planteamos disfrutar de nuestras vacaciones de otra forma, sacrificamos el mes de agosto, con el consiguiente perjuicio para nuestra productividad laboral. No nos planteamos los beneficios de poder irnos de vacaciones de muchas otras formas y en muchos otros momentos del año, equilibrando productividades y economías.

Y vivimos tan felices un mes al año en esos pueblos a los que no hacemos ni caso durante los once meses restantes. Pero es que a su vez pretendemos que todo sea idílico y cómodo como es en nuestras ciudades, pretendemos que el mesonero del pueblo que puede abrir tres meses, no más, nos atienda como la harían en un buen restaurante de la capital, que nos deleite con platos exquisitos, y por supuesto que toda la materia prima sea de excelente calidad y local. No nos interesa saber que han dado las huertas locales ese año, y si es o no rentable pescar marisco local o es mejor importarlo de Marruecos, demandamos que las patatas fritas sean como las de nuestras abuelas, de esas que se hacían con aceite de oliva virgen extra limpio como una patena y por supuesto patatas fritas cortadas a mano, y todo ello sin saber si el pobre mesonero tiene gente con la que pueda contar para atender su negocio. Claro que ya no digo que pretendamos que el señor sirva la cerveza de nuestra ciudad bien fresquita como la tiran en el bar de nuestro barrio, sin molestarnos en saber si estamos o no en una zona de proximidad o fácil distribución para esa marca y si al mesonero le saldría rentable servir esa cerveza.

Y claro, hay un día, después de varios años intentando dar un buen servicio, producto, manteniendo un local, unos costes fijos que nunca bajan y anualmente suben… que el mesonero se cansa, se cansa de atender con la calidad y el esfuerzo con el que ideo su “servicio de comidas en un entorno rural” cuando decidió abrir una casa de comidas en su pueblo; se cansa de tener que explicar a los clientes que ese año la huerta no ha dado el tomate que el capitalino probó el año pasado e insiste en recordarle, mientras piensa que sobre el agua y la tierra él no tiene mando, que eso son designios de Dios, y que no es cosa de que ahora le compre a un proveedor más o menos profesional, como escucha entre bambalinas cuando sirve las mesas; se cansa de que su hijo le diga que las opiniones en el Google de turno no superan el ocho con cinco, cuando el pobre hombre hasta hace poco no sabía ni necesitaba saber que era internet; se cansa porque los capitalinos dicen que el precio es excesivo por tal o cual, o que no hay un abanico de ginebras lo suficientemente amplio para los deseos y modas actuales… u otras mil críticas que puedes leer en los foros de opinión sin fundamento real y más fruto de la impulsividad o el desconocimiento.

Y es entonces cuando el mesonero, entiende que la abuela asturiana del famosos anuncio llego a la sabiduría máxima a la hora de atender al capitalino.

Y es entonces cuando si tienes cierta amistad con él mesonero, te cuenta y te explica algunos trucos que solo la experiencia le da para atender al capitalino como desea pero a la vez sacando adelante el negocio que solo hace caja tres meses al año, la gestión de proveedores tan difícil en lugares apartados, mantener una carta actualizada, encontrar personas con experiencia hostelera que sepan trabajar en un restaurante, sacando adelante la cocina, la sala y la satisfacción de los clientes a la vez, y que todo ello lo hagan con una sonrisas y sin descansar desde el quince de junio al quince de septiembre. Y es cuando aprendes que los solomillos que tanto nos gustan, y que pensamos que como en el mundo rural en ningún sitio, muchas veces se doran el día anterior, se meten en nevera y dos horas antes de las comidas del día siguiente se sacan de la nevera para darles un calentón rápido en el horno antes de salir al ruedo.

Y es entonces y en años como este cuando el mesonero te dice que la plantilla prefiere acogerse al ERTE estatal por la pandemia que deslomarse a trabajar por mil doscientos euros cuando con el ERTE cobran ochocientos sin trabajar. Y cuando no uno, sino dos mesoneros de diferentes y muy lejanos puntos de España, que no se conocen, te dicen lo mismo en confianza, te das cuenta que tenemos problemas muy gordos, que afecta por igual a capitalinos y “ruralinos”.

Carlos Vara García
Consultor Independiente en Psicología Empresarial, Desarrollo Profesional y Mentorship.