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«El método Kominsky”, una serie corta muy entretenida e imprescindible para los optimistas

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La vida delante del televisor está evolucionando a más rapidez de lo que yo me imaginaba. Esta serie, producida íntegramente por Netflix, también se puede ver por ordenador, tablet o móvil.
BettyGS

Me gustaría de comentar series de las cadenas nacionales, pero sólo se me ocurre alabar “Mujer”, el pelotazo de Antena 3 que lleva un año entre nosotros.

Ahora es el momento de “El método Kominsky” porque lo he pasado muy bien durante las tres temporadas que dura, con no muchas entregas cada una y que no llegan a los 30 minutos. Una serie que no te arranca grandes carcajadas, pero sí estar todo el tiempo con media sonrisa.

Los diálogos son una delicia y los protagonistas interpretan el guión para ponerles un sobresaliente. ¿Quién no ha visto alguna interpretación de Michael Douglas o Allan Arkin y no los ha reverenciado? Son ellos dos los que llevan el peso de la serie, aunque hay algunos cameos que realzan todavía más la entrega en la que aparecen.

La retirada Allan Arkin, decidida por él que no quiso hacer la última entrega, la deja un poco coja y dura sólo 6 episodios y fue estrenada hace apenas dos meses.

Lo último de Kominsky

Aunque Chuck Lorre ya puede pasar a la historia como creador gourmet, antes de “El método Kominsky” realizó dos comedias en modo churrería (Dos hombres y medio y The Big Bang Theory), por lo que sabe resolver los problemas de un golpe, sin melindres de autor.

Cuando Alan Arkin se retiró, Lorre hizo lo que se hace siempre: cargarse al personaje. Lo mató sin más. La nueva temporada empieza con su funeral. A partir de ahí, los vivos al bollo.

Que la serie funcione sin la media naranja de Michael Douglas es un milagro que hay que agradecer a Kathleen Turner, réplica soberbia a Douglas. Con ella se puede seguir esta historia de vejez y cuerpos que enseña más sobre el reto demográfico que una tesis de geografía.

Me refiero al reto demográfico íntimo, el que nos espera a todos si no nos caemos del reparto antes de tiempo, como Alan Arkin. El pobre Arkin, por cierto, tiene 86 años y pocas ganas de afianzar su carrera de actor, lo cual rima con la esencia de esta serie de ancianos en busca de un entendimiento con su ancianidad.

Eso implica aceptarse con una fiereza que se opone a la inercia de la juventud eterna que el mundo proyecta: aceptar la vejez sin eufemismos ni trampas.

En esta temporada crece mucho Martin, el personaje de Paul Reiser. Su prometida (30 años más joven) le reprocha que siempre esté hablando de que antes el mundo era mejor (“¡Es que era mejor!”, apostilla el personaje de Kathleen Turner), pero a la vez sabe que no hay nostalgia en él, que es puro presente.

El final de la serie ha sido un poco metida con calzador, pero no desmerece en absoluto a las dos temporadas anteriores. Es el final que se merece Douglas/Kominsky y que no voy a contar, por supuesto.

Recomiendo mucho verla y, si es posible, de un tirón. Van a disfrutar de verdad de la historia y los personajes. Y atentos a los Emmy, aunque ya tiene alguno y muchos más premios.