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«El contador de cartas»: Paul Schrader te enseña a forrarte con el póker

Los protagonistas de las películas de Schrader son hombres torturados, rotos, heridos, que buscan encajar y lo hacen a través de un heroísmo sadomasoquista. Como en ciertas religiones, llegar a la paz de espíritu a través del dolor, de la flagelación.
BettyGS

En ‘Taxi Driver’, Travis Bickle arrastraba la losa de la guerra de Vietnam e intentaba integrarse en una sociedad que, después de encumbrarlo, lo repudiaba. En su taxi, atravesando las calles de Nueva York, deambula entre los desheredados. Y su única forma de redención es, en su cabeza, la salvación de una niña prostituida.

En ‘Toro salvaje’ la virtud y la condena llegan juntas a través del castigo físico, de los golpes de boxeo. En ‘El reverendo’ también están presentes la guerra, la inestabilidad mental, el alcohol y el pecado. Y la necesidad de sobreponerse a ellos a través de un acto de salvación.

Producida por Scorsese, en ‘El contador de cartas’ —nominada al León de Oro de Venecia y ganadora del premio a mejor guion en Seminci—, Schrader insiste en ese protagonista misterioso, oscuro y parco en palabras. Desconcertante para quienes lo rodean.

Esta vez es William Tell, el nombre deliberadamente ficticio con el que se hace llamar el protagonista que interpreta Oscar Isaac, contenido y adusto, atrapado en el pellejo de un hombre sin raíces ni destino con unas habilidades extraordinarias para contar cartas en el póker. Si hay actores de método también hay directores de método. Y Schrader lleva al espectador de la mano por la ruta de casinos, torneos y moteles de carretera que, probablemente, él haya recorrido primero.

 El director desvela, casi como en un manual para principiantes, las artimañas para hacerse rico jugando al póker en esos torneos donde en cada partida se juegan varios millones de dólares. Solitario y sombrío, el protagonista se mueve de una ciudad a otra, huyendo, probablemente, de sí mismo. Hasta que en su camino se cruza Cirk (Tye Sheridan), con el que comparte fantasmas del pasado. Y vuelven a ser los de la guerra.

Si en los años setenta varias generaciones de jóvenes quedaron marcadas por una guerra de Vietnam que los machacó psicológicamente y los apartó de la comunidad, en 2020 son las guerras de Irak y Afganistán las que mutilaron literal y figuradamente a quienes participaron de los horrores de la lucha contra el terror

Como contrapunto femenino, aparece el personaje de La Linda (Tiffany Haddish), una mujer aparentemente despreocupada que actúa como una suerte de manager de jugadores de cartas. Partida a partida, el trío nos sumerge en esa feria de excesos y ruido que son los casinos estadounidenses. La fauna y las costumbres sobre el tapete.

El juego, el azar, es la única forma de futuro. Los —apenas— cuatro personajes relevantes, ‘El contador de cartas’ simplifica esa ‘América’ histriónica y vocinglera, en la que los símbolos han perdido el sentido. El personaje más americano de todos, ataviado de los pies a la cabeza de barras y estrellas, es un inmigrante que utiliza la bandera como marketing, degradándola a pura chufla, a simple espectáculo. Cirk representa una juventud sin futuro, dejada a la mano de Dios, y luego responsabilizada de todos sus males. Y Linda es la minoría silenciada, apartada del foco, que ha conseguido escalar hasta donde las circunstancias le han permitido.

No es perfecta, no es entretenida, no es imprevisible. Pero tampoco es inane. Ni artificiosa. Ni vulgar. No es la mejor película de Schrader, pero es una película de Schrader. Y ya, solo por eso, merece la pena dejarse arrastrar al abismo.