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Comunicar para persuadir o convencer

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Ring de boxeo: a un lado los datos, las argumentaciones. Al otro, las emociones. ¿Quién gana? Estamos en un momento en el que la comunicación se ha entregado al extraordinario arte de persuadir. Todos los cursos que pretenden impulsar las habilidades comunicativas en el trabajo y en la vida personal, hablan de comunicar para persuadir. ¿Por qué? ¿Acaso hemos olvidado ese otro arte que es convencer?

Tambab

Si; lo sé. Ambas palabras “convencer” y “persuadir” parecen iguales. Pero créanme; no lo son. Persuadir es conseguir con palabras, sentimientos o razonamientos que una persona haga algo como y cuando quieres que lo haga. Convencer es llevar a una persona a una conclusión utilizando argumentos lógicos o, como dice la RAE “incitar, mover con razones a alguien a hacer algo o a mudar de dictamen o comportamiento”.

Hoy todos somos vendedores; incluso de nosotros mismos. Cuando vamos a hacer una entrevista de trabajo, pensamos en cómo persuadirles de que somos la persona adecuada, no en convencerles de que somos el talento que necesitan. Las marcas tienen como objetivo persuadirnos de que necesitamos sus productos y además que los queremos porque nos hacen sentir mejor. Se ha abusado tanto de la persuasión que ahora nada nos convence. O como dice el director de esta revista, Juan Ussía, nos hemos quedado sin certezas.

A veces pienso que esta nueva crisis anunciada va a devolvernos al lugar del que nunca debimos marcharnos: el sentido común. Hemos atravesado una época de excesos, incluso de extravagancias, que conviene tenga un fin. Esas comuniones que parecen bodas; esas bodas programadas que no dejan de apuntar cargos en la cuenta corriente y que no dejan ver la espontaneidad de los novios; esas vacaciones llenas de atracciones para que los niños no den la lata. Perdonen si suena a crítica porque no es así; cada uno es libre de hacer lo que le venga en gana cuando lo hace convencido; tan solo creo que quizá nos habíamos dejado llevar por los que nos habían persuadido de que la vida era para vivirla así.

Los políticos tratan de persuadirnos; y hace tiempo que no nos convencen. Los medios de comunicación no dejan de distraernos con anuncios y humoristas que no dejan a las personas convencernos de nada: ni siquiera de por qué ir a ver una película o escuchar una canción. Nos arrastra la apariencia, el tópico, la creencia… y la escasez de argumentos que nos convenzan de que aún existen muchas certezas.  Y que podemos elegir las nuestras.

Tengo la extraordinaria fortuna de tener un marido y unos hijos que cuando les enseño en una tienda una prenda de ropa que creo que les gustará, me contestan “no lo necesito”. Y lo fuerte es que – quizá por deformación profesional – me descubro tratando de persuadirles de lo contrario. “Ya se que no lo necesitas pero ¿no te apetece?”. Imagino que alguna prenda se han llevado con tal de dejar de oírme llamar a sus emociones más básicas. Que sepáis familia, lo mucho que aprendo tantas veces de vosotros.

Aun en constante aprendizaje, me dejo persuadir por lo que otros me dicen que es la vida. Cuando lo detecto, cuando me gana la incertidumbre, necesito encerrarme en mi silencio y recordarme a mi misma quién quiero ser y cómo quiero ser para los demás. Y convencerme a mí misma de la gran certeza: sigo el camino correcto, sencillamente porque es el mío.

Y lo hago, CONVENCIDA.