Áspero mundo, de Ángel González
Queda ya muy poco para el Premio de poesía Adonáis (se falla el 17 de diciembre) y somos muchos los que estamos a la espera de conocer quién se va a llevar el gato al agua, ya que el listado de finalistas se hizo público hace unas semanas. Además, se conmemora su 75 Aniversario en Ediciones Rialp.

Pero este mes no vamos a dedicar estas líneas a uno de los ganadores del premio: poetas de la talla de José Hierro (1947), José Ángel Valente (1954), Francisco Brines (1959), o ya más recientemente, Luis García Montero (1982) o el último hasta la fecha, Abraham Guerrero Tenorio, en 2020 con su “Toda la violencia”.
Como homenaje a los que se queden a las puertas del premio, vamos a recomendar no a uno de los premiados, sino a un accésit del año 1955. Ese año ganó Javier de Bengoechea con su “Hombre en forma de elegía”, y uno de los dos accésit que se otorgaron fue para una obra llamada “Áspero mundo”, de Ángel González.
“Áspero mundo” es una forma ideal de adentrarse en la poesía del ovetense, siendo esta su primera obra. Contiene poemas y versos que todavía hoy son recordados frecuentemente y se mantienen en plena forma. A parte de haber sido musicalizados por artistas como Pedro Guerra o Miguel Ríos, entre otros.
Encontramos en este Ángel González de escasos 30 años, cierto hastío y desolación vital, que arrastrará toda su vida literaria. Generación de los 50, en algún momento enmarcado dentro de la poesía social, y finalmente uno de los mejores exponentes de la poesía de la experiencia. Como dijo de él Luis García Montero, en su poesía predomina el “verso de experiencia, vocabulario riguroso encuadrado en un tono de conversación, interés moral en el personaje protagonista de los poemas y toma de conciencia estética de una geografía urbana”.

El lector que se acerque a “Áspero mundo” rápidamente se encontrará con uno de los poemas más famosos del autor: “Para que yo me llame Ángel González”, con versos como: “el viaje milenario de mi carne / trepando por los siglos y los huesos” o “yo no soy más que el resultado, el fruto, / lo que queda, podrido, entre los restos; / esto que veis aquí, / tan sólo esto: / un escombro tenaz, que se resiste / a su ruina, que lucha contra el viento, / que avanza por caminos que no llevan / a ningún sitio. El éxito / de todos los fracasos. La enloquecida / fuerza del desaliento…”.
O ese poema que habla de la soledad que siente el poeta y que empieza así: “Aquí, Madrid, mil novecientos / cincuenta y cuatro: un hombre solo”. Para cerrarlo con el rotundo: “Un hombre con un año para nada / delante de su hastío para todo”.
Esa facilidad para hacer cómplice al lector que tenía Ángel González se puede observar en imágenes como el final del poema “Final”: “Éste es mi cuerpo de ayer, sobreviviendo de hoy”.
El poeta también escribe sobre el amor, pero donde más disfrutará el lector será en sus poemas más tristes. Como “Ciudad”, que remata con un: “Ya te marchaste. / Nada queda de ti. La ciudad gira: / molino en el que todo se deshace
Pedro Robledo
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