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Anthony Quinn, machista e infiel, hizo más 160 películas

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Puede ser el actor que hizo los papeles más dispares en la historia del cine y trabajó en nuestro país en varias ocasiones. Su polémico carácter no oscurece su importancia en la historia del cine.
BettyGS

Falleció un 3 de junio de hace 20 años y es hijo de padre de origen irlandés y madre azteca, guerrilleros de Pancho Villa, en cuya película biográfica acabaría participando con los años. A lo largo de su carrera encarnó a todo tipo de personajes, desde indios sanguinarios a hombres despiadados o benevolentes, dependiendo de la cinta.

Los orígenes

Cuando su familia se mudó a Los Ángeles y su padre murió, él se convirtió en el cabeza de familia con apenas 11 años. Con esa edad fue contratado como obrero en una fábrica y hasta ejerció de limpiabotas.

Con los años, decidió convertirse en arquitecto y acudió al célebre Frank Lloyd Wright. El mítico genio de la arquitectura le rechazó por no saber hablar y, paradójicamente, eso acabó beneficiándole. Apuntado a clases de dicción, el joven Quinn no sospechaba que mejorar su don de palabra le llevaría hacia el mundo de la interpretación.

Pero ese memorable talento y carisma de los años de oro de Hollywood, por el que se transformó además en un referente, se consolidó no sólo tras una difícil infancia y adolescencia junto a su familia, siempre con la pobreza pisándoles los talones, sino luego de sus inicios como actor encasillado en los estereotipos del «macho» o el «gangster» por parte de una industria que recién ahora comienza a hacerse eco de las críticas por su representación de la diversidad.

Todo empezó cuando se cruzó en el camino de Mae West y John Barrymore. Estos acabaron ejerciendo de padrinos y le facilitaron una entrada a lo grande en el universo de Hollywood. 

Su físico racial hizo que los estudios siempre le diesen papeles de indio, bandido o incluso torero. De hecho, Sangre y arena, una película que adaptaba la novela taurina de Blasco Ibáñez, fue uno de sus primeros grandes éxitos.

Pasó de trabajar, en los años 40, como peón, lavaplatos, animador de fiestas, boxeador y carnicero a representar personajes secundarios de orígenes tan variados como italiano, chino, filipino o indígenas de distintos territorios, y a veces roles de dudosa reputación, como criminales, guerrilleros, piratas y todo tipo de villanos.

Se instala en Nueva York

Harto del encasillamiento, abandonó Hollywood y se fue a vivir a Nueva York. En la ciudad de los rascacielos se convirtió en uno de los alumnos aventajados del Actor’s Studio. Elia Kazan, nombre fundamental de aquella escuela, fue el que lo recuperó para el cine en Viva Zapata’. Así llegó su primer Oscar y una carrera que parecía condenada al cliché y a la mano de obra.

Después de ‘Zapata’ llegarían papeles inolvidables como su ‘Zorba el griego’, que lo hizo inmortal con ese sirtaki que se marca a orillas de una playa. También trabajos como el que realizó para David Lean en la icónica ‘Lawrence de Arabia’.

Sus relaciones amorosas

Respecto al amor y a su relación con las mujeres, expuestas en su libro «Un hombre de tango«(así lo llamó Orson Welles por tener un affair con la que más tarde sería su mujer, Rita Hayworth, durante el rodaje de ‘Sangre y arena’), siempre fue un ‘pieza’ de bragueta suelta y carácter algo machista. Al menos eso dijeron muchas de las que se cruzaron en su camino.

Primero se casó con Katherine DeMille, hija adoptiva del director Cecil B. DeMille. Con ella tuvo cinco hijos y más tarde vivió un divorcio complicado.

A principios de los 60, mientras rodaba ‘Barrabás’ en los estudios Cinecittà, conoció a la diseñadora de vestuario Iolanda Addolori. Con ella tampoco le fue mucho mejorContaban aquellos que los conocieron que, en cierta ocasión, tomaron un vuelo, empezaron a pelearse en el despegue del avión y acabaron abrazados una vez que el aeroplano aterrizó. Con Addolori, Quinn tuvo tres hijos: el popular Lorenzo, arquitecto, Danny, también dedicado a la interpretación, y Francesco, fallecido en 2011 a causa de un infarto. Pero ni siquiera esos tres hijos sirvieron para mitigar las continuas infidelidades del actor.

Durante más de treinta años, el prototipo de ‘macho’ por excelencia mantuvo una relación extramarital con otra mujer que le dio dos hijos. Más tarde, inició otro affair con su propia secretaria, Kathy Benvin, a la que acabaría convirtiendo en su esposa.

Antes de eso, vendrían litigios judiciales con Addolori y acusaciones muy graves por parte del abogado de la estrella. «La celosísima mujer italiana de Quinn corre el riesgo de ir a la cárcel por haber pagado 40 millones de liras en efectivo a un detective privado, para dañar físicamente a Benvin, la treintañera amante del marido, y a Antonia, su hija de un año y medio», dijo ante el tribunal.

La pobre cornuda, harta de juicios paralelos y acusaciones públicas, no se calló. Sus palabras no dejaron indiferente a nadie. «Sé muy bien que ha sido ella la causante. Es una serpiente. Ella tiene todo en mano, porque era la secretaria. Es triste que Anthony haya perdido la luz de la razón. Está embobado y manipulado por esa mujer. Yo solo quiero lo que me corresponde. Me he quedado sin nada, mientras él gasta y gasta para ella«, dijo ella, según recogía el diario ‘ABC’.

Al final, Quinn tuvo que pagarle 10 millones de dólares a su ex esposa y calmó las aguas de un proceso de divorcio que hoy en día habría acabado para siempre con su reputación.

En sus últimos años actuó y coprodujo el filme brasileño «Oriundi» (1999), formó parte del elenco de «Tierra de cañones» (2000), del fallecido cineasta español Antoni Ribas; y en 2002 tuvo su último rol como un jefe de la mafia en «El protector» (2002), dirigida por Martyn Burke y protagonizada por Sylvester Stallone.

El actor falleció en 2001, siendo padre de doce hijos y habiendo vivido con toda la intensidad que se pueda imaginar. Mito entre los actores de su estirpe, versátil como pocos y acostumbrado a hacer lo que le venía en gana, Anthony Quinn es uno de esos nombres que, a ojos actuales, resulta irreverente para bien y para mal. Un hombre forjado con esa madera con la que se forjan las auténticas leyendas. Por encima de sus comportamientos privados.