¿Y no será mejor llamarlo “teléfono absorbente” en lugar de “teléfono inteligente”?

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Llevo manteniendo una relación de amor/odio con el imprescindible Smartphone (teléfono inteligente) desde que tuve mi primer Iphone hace casi quince años.

La Nueva Anormalidad

En aquel momento, cuando la marca de la manzana mordida lanzó su primer teléfono inteligente, fui uno de los muchos que perseguí y presioné a mi operadora de telefonía móvil para que me lo consiguiera, amenazándoles de que si no lo hacían, me iría con la competencia. En cuanto lo tuve en mis manos quedé absolutamente prendado de su diseño, de sus funcionalidades y por supuesto, del status que me otorgaba.

Dedicaba un montón de tiempo al día a investigar aplicaciones que presumiblemente me iban a ayudar en mis gestiones diarias y mi tiempo de ocio, a completar mi biblioteca musical para que no se me escapase ninguno de mis grupos favoritos y a estar al día de cualquier novedad que pudiese hacer que mi experiencia con mi súper teléfono inteligente fuese la mejor posible. Y desde luego, no había ningún solo momento “muerto” en mi día a día que no aprovechase para sumergirme en el apasionante mundo que mi Smartphone ponía a mi alcance.

Nuestra primera crisis de pareja la sufrí cuando mi teléfono empezó a avisarme de que no disponía de espacio suficiente. Empezaron los sudores fríos, esos ratos interminables en los que el teléfono tardaba mucho en procesar cualquier petición para terminar por dar error, tener que decidir qué fotos o qué aplicaciones se quedaban y cuales tenía que eliminar… fue algo duro de manejar, que finalmente pude resolver comprando e instalando una tarjeta de memoria extra en mi dispositivo. ¡¡Qué alivio!!

Nuestro romance iba viento en popa a toda vela cuando de repente, sin ningún motivo aparente, mi teléfono dejó de funcionar. “Está congelado” me dijo el técnico en la tienda de reparación después de echarle un vistazo. Recuerdo perfectamente que en ese momento me quedé paralizado. Más aún cuando me dijeron que la única forma de arreglarlo era formateando el teléfono, con lo que perdería todos los datos y el contenido de mi dispositivo. Por aquel entonces, esto de “tenerlo todo en la nube” no era algo tan frecuente así que lo perdí todo y me sentí literalmente vacío, angustiado e impotente. Todo el tiempo que había invertido en tener mi teléfono a la última, se había evaporado en un abrir y cerrar de ojos.

Superado el periodo de duelo, llegué a la conclusión de que no podía tener una dependencia tan brutal a algo, aparentemente tan insignificante, como mi teléfono móvil. Así que decidí abandonar el fastuoso mundo de Steve Jobs y comprarme un Smartphone normal y corriente, de gama baja. El cambio de terminal vino acompañado con un cambio de hábitos radical en lo relativo al teléfono que me duró bastante tiempo. Ahora intento utilizar esencialmente mi teléfono móvil, para lo que aparentemente está pensado: llamar y recibir llamadas, y todo sea dicho para enviar y recibir mensajes instantáneos por WhatsApp, pero siendo honesto conmigo mismo, me doy cuenta de que por mucho que lo he intentado, sigo teniendo una dependencia muy alta de mi teléfono móvil.

Durante todo este tiempo, me he ido dando cuenta de que antes del apogeo y dominación del Smartphone, yo, y creo pensar que la mayoría de todos nosotros, recordábamos los teléfonos de casa de nuestros mejores amigos y de nuestros familiares utilizando únicamente nuestra memoria. Cuando no sabía llegar a un sitio al que tenía que ir, paraba a alguien por la calle, le preguntaba y estaba atento a sus indicaciones; cuando quería hacer una receta de cocina nueva, llamaba por teléfono a mi madre o a mi padre y apuntaba lo que me decía o me iba a su casa y aprovechaba para ver cómo lo hacía; cuando tenía que esperar al autobús o estaba en la consulta del médico esperando a que me atendieran, aprovechaba para “estrujarme” la cabeza y discurrir sobre cosas que me interesaban, o simplemente me imaginaba cosas que me apetecían hacer; cuando iba en el coche de viaje y me aburría nos poníamos a jugar a “veo, veo” o a buscar matrículas capicúas… Podría seguir poniendo infinidad de ejemplos en los que en la actualidad, el Smartphone, ha pasado a ser la respuesta que mayoritariamente elegimos, sencillamente porque es la opción más fácil para todos.

Al hilo de la omnipotencia que tiene el Smartphone en nuestras vidas, me gustaría destacar una anécdota que viví recientemente con un amigo. Tras un partido de pádel, mi amigo se dejó su mochila en la pista. Al volver para intentar recuperarla, la mochila no estaba y me llamó para ver si la había cogido yo por casualidad. En la mochila, además de la raqueta y la ropa de pádel, había bastante dinero en efectivo. Yo le contesté que no la había cogido y fue entonces cuando mi amigo empezó a asumir que no iba a recuperar ni su mochila, ni su raqueta ni el dinero en efectivo, y lo que me dijo entonces se me quedó grabado porque, de nuevo, explica perfectamente lo que relato en este artículo: “bueno, lo importante es que no he perdido el móvil”.

Y es en este punto en el que yo me hago una serie de preguntas que me gustaría compartir contigo con el objetivo de intentar ayudarnos a reflexionar si lo consideramos oportuno. ¿Cuánto tiempo de media al día utilizas tu móvil para cosas que no tienen que ver con hablar? Cuando por alguna razón te has ido de casa sin el móvil, ¿has vuelto rápidamente a recuperarlo o has seguido el día como si nada? ¿Consigues pasar periodos de tiempo amplios durante el día en el que no estás pendiente de tu teléfono móvil? ¿Eres de los que cuando tienes que esperar por algo o por alguien sacas tu móvil para pasar el rato? ¿Crees que podrías vivir y desenvolverte sin problemas en la sociedad actual sin tu teléfono móvil? Será un placer leer tus respuestas e impresiones si es que felizmente decides compartirlas conmigo.

EL SALMÓN NOCTURNO

salmonocturno@gmail.com