Cultura y entretenimiento

Las Ventas cumple 90 años. Mis recuerdos

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Lo acabo de leer y no ha podido evitar que vengan a mi cabeza todo lo que he vivido en la plaza de toros más importante del mundo. Mis primeros recuerdos retroceden a la infancia, cuando todavía estaba permitida la entrada a los menores.
Manuel Vega

Mi padre, Juan Vega Pico, periodista y escritor, cubría muchas de las corridas en la plaza madrileña para el España de Tänger, como cubrió en otras ocasiones el fútbol o hizo extraordinarios reportajes de Las ciudades más bellas de España o del Mundo. En aquellos años el periodismo era “todoterreno”. Había que tocar muchos palos para sobrevivir más o menos bien. Más tarde consiguió hacer sólo lo que le gustaba. Pero eso es otra historia.

Su cercanía a los toros tuvo un recuerdo imborrable para mí cuando tenía menos de 10 años. Amigo de Alfredo Corrochano, un torero que aprendió de Ignacio Sánchez Mejías, retirado y que también realizó sus pinitos como crítico taurino en ABC, aunque no duró mucho.

En una cita que tuvieron en una tienta en un pueblo de Toledo me encontré de pronto cogiendo un capote “al alimón” y con una vaquilla pasando por el medio. No recuerdo quien me acompañaba, pero cierro los ojos y lo veo.

No quiero dejar de hacer mención a su padre, Gregorio Corrochano, que pertenecía a esos críticos taurinos que empezaron a realizar crónicas con estilo literario, que incluían juicios técnicos, pero también estéticos y subjetivos. Su más excelente continuador, ya en mi época taurina, fue Joaquín Vidal, en el País, y sólo por leerle merecía la pena comprar el diario.

Mi otra experiencia delante de unos cuernos tuvo lugar en la finca de Paco Camino, en Cáceres, y del que si quiero contar una anécdota: después de dar unos muletazos a una vaquilla, me dieron un capote y conseguí salir bien parado de un par de lances. Me acerqué a Paco y le dije que ya no podía ni sujetar el capote y él me contestó “eso es el miedo” con su deje andaluz. Tampoco lo olvidaré.

Pero el tema es Las Ventas y sus 90 años, ya que fue inagurada el 17 de junio de 1931 y  participaron ocho matadores: Fortuna (hizo lo más destacado y dio una vuelta al ruedo), Marcial Lalanda, Nicanor Villalta, Fausto Barajas, Fuentes Bejarano, Vicente Barrera, Armillita Chico y Manolo Bienvenida. El toro que estrenó el ruedo era de la divisa de Juan Pedro Domecq, originaria del Duque de Veragua.

El hecho más relevante en la vida de la plaza tiene lugar en 1947, cuando Livino Stuyck crea la Feria de San Isidro creando un abono que agrupó las corridas de toros celebradas en el mes de mayo, que supuso un revulsivo para la Monumental de Las Ventas.

Y con la Feria, Las Ventas se convierte en el lugar y la ocasión para cimentar el año bueno o malo de los toreros para conseguir contratos para el resto de la temporada. Una salida a hombros por la Puerta Grande les podía hacer millonarios.

Me enganché a la Feria a los veintitantos años. Mi economía sólo me permitió comprar un abono en el tendido 4, sol y sombra, en el que a partir del segundo toro ya estábamos sin que nos castigara el astro rey. El olor a habano, una vez comenzada la corrida, es imposible de olvidar y a los que lo conocemos sabemos que sólo podía darse allí. Ya se acabó eso también para mí.

La plaza era muy particular y tenía sus diferencias no sólo económicas. Los tendidos 1,2 y 10 eran los más caros y por los que se peleaban los ilustres y con posibles. Al margen de las barreras, naturalmente. Pero el más peculiar era el 7. A pleno sol se agrupaban los que todos les tenían como los más entendidos. Cuando un toro daba sus primeros pasos saliendo de toriles ya le silbaban o aplaudían. Y toda la plaza les seguía. Con los toreros pasaba lo mismo. A los que se denominaban “ventajistas” no le perdonaban ni una.

Es un tendido que todavía mantiene su fama y que, seguramente, heredan de padres a hijos, pero todos con el mismo espíritu: no dejar pasar lo que no era aceptable sobre lo que debía ser la auténtica tauromaquia.

Cogí la última etapa de Antonio Ordoñez, Paco Camino, Antonio Bienvenida y Diego Puerta, pero lo que me hizo ser un poco fanático fue ver torear a Curro Romero, Antoñete y Rafael de Paula. Incluso de éste último asistí a la famosa corrida en la que se negó a torear y matar un toro. Rafael, como Curro, eran excepcionales para lo bueno y para lo malo.

Pero dejé de disfrutar con la retirada de estas figuras y deje de ir a Las Ventas. Bueno, no del todo. No me perdía una corrida de José Tomás que se negaba a ir a la Feria, y a las corridas que se televisasen, y lidiaba en días sueltos.

No soy ni animalista, ni estoy en contra de los que piensan como ellos. El “toro” hay que sentirlo, independientemente de que es matado por la espada del torero. Como el amor o la pintura o la literatura o cualquier otro arte es sentimiento y no se puede explicar. O te gusta o no te gusta y los toreros que pasan a la historia suelen ser los que más sentimiento arrancan.

Termino con una anécdota que me ocurrió en la Maestranza durante el paseillo de Curro Romero, en su casa y donde se le perdona todo. Un espectador que estaba a mi lado comentó en voz alta: “Sólo por ver hacer el paseíllo a Curro merece la pena pagar la entrada”. Eso es  sentimiento.