ActualidadOpinión

La vida sin móvil o la incomunicación total

Compartir
Existe un mito muy extendido que asegura que son suficientes 21 días para convertir una acción o comportamiento determinado en un hábito. Es un mito muy cuestionado y doy fe que mis 21 días sin móvil demuestran que no siempre es cierto. Les relato el tormento y la frustración no solo como desahogo, sino por compartir lo aprendido.

Un día mi bonito iPhone cayó al suelo y el sonido al caer me dijo que hasta aquí habíamos llegado. Le pusieron parches, pantallas nuevas, perdí el reconocimiento facial… Había que decir adiós y decidí optar por un nuevo iPhone reacondicionado no solo por precio sino porque hay que dar una segunda vida a los artículos si queremos realmente cuidar el Planeta.

No tuve suerte con mi decisión. A los tres días del estreno, recibía un mensaje del teléfono diciendo que no reconocía la batería. Dicen que eso suele pasar pero que desaparece en dos o tres días; no fue mi caso. El teléfono se apagó y con él una enorme parte de mi vida. A través del ordenador reclamé a la empresa; me dijeron que vendrían a recogerlo, lo analizarían y si todo era correcto me darían otro. Resultado: quince o veinte días sin teléfono.

¿Qué descubrí en ese momento? No me sé ni el teléfono de mi marido, ni de mi madre, ni de mis hijos… El WhatsApp del escritorio pide el “bidi” del teléfono que no tienes. La tele de mi habitación funciona con Chromecast para poder ver Netflix y HBO desde mi teléfono… ahora roto. ¿Tengo que ver películas con anuncios?! Pasan cosas bonitas en mi vida y… ¡no hago fotos! No sé qué están diciendo mis amigos del Sanpa o de Cronos en nuestros grupos de WhatsApp. La vida sin mí en la red sigue su curso; y yo no puedo verla ni compartirla.  

Decido comprarme un teléfono nuevo; logro hacer todos los trámites pero, en el momento de pagar, mi banco me pide que certifique que soy yo con el “SMS” que me ha enviado a mi número de teléfono que está roto. ¡Quiero un teléfono nuevo!  

Veamos cómo responde Apple. Me pide cosas sencillas como el “IMEI” del teléfono. ¡Pero si no me sé ni el número de mi marido! Y entonces, para confirmar que soy yo, me envían códigos de verificación a un teléfono que está roto. En un acto heroico, consigo meter – aun no sé cómo – un número de confianza. ¿Qué es eso? Pues eso es la clave para poder continuar con tu vida si se rompe el teléfono. Es un número de teléfono en el que recibir códigos de verificación y así acceder a la autenticación de doble factor. Por favor, si no lo tienes, mételo ya en tu teléfono.

Tanto “SMS”, tanto chat con Apple, tanto código de verificación, me sirvieron para que Apple – mi querida manzana – bloqueara mi cuenta ante la sospecha de no ser yo quien intentaba acceder a mi vida en el móvil. Habrá quien piense que es positivo esta desconexión; pues yo, que suelo ser muy positiva, no le he encontrado la gracia. A mí me gusta mirar la vida y registrarla en el móvil; ver a mis amigos en las redes; enviar un mensaje o plantar un emoticono; me gustan los recuerdos que me trae Facebook; y ver las fotos que tengo marcadas como favoritas. Me gusta mi vida con mi manzana envenenada.

Hoy, con un nuevo teléfono (reacondicionado y perfecto) me doy cuenta de que hemos pasado de utilizar el teléfono para comunicarnos, a tener nuestra vida en el móvil. Y aun así, dejamos pasar los días sin adoptar todas las medidas de seguridad para que nadie entre en nuestra vida y para poder abrir la vida cuando nos la bloquean. Me he hecho un listado con toda mi vida en el móvil: EMEI, números de confianza, contraseñas…

Ahora solo tengo que recordar dónde lo he escondido.

Tambab