La vida entre paréntesis
Los que me conocen saben que me encantan los signos de puntuación. De uno de mis autores favoritos, Víctor del Árbol, me he descubierto diciendo “no es solo lo que escribe, sino ¡cómo lo escribe! y lo bien que pone las comas…” Me enamora un texto con las comas y puntos bien puestos; esto no significa que estén puestos como manda la gramática, sino que están colocados para impulsar el significado de la frase a la que pertenecen. Son esas pausas las que me permiten saborear esa frase que, alguna vez, todos hubiéramos querido haber escrito.
Tambab
Una coma, un punto, un paréntesis nos permiten descansar en la lectura. Es algo que a veces olvidamos cuando hablamos: el que lee o escucha, necesita descansar. Varios libros de autores consagrados compiten por haber escrito la frase más larga: Beckett, Camilo José Cela, Saramago, García Márquez o Proust. Casualmente, y sé que cometo con esta confesión un pecado literario, ninguno de ellos forma parte de mi extraño club de escritores favoritos.
¡Ay la importancia de la pausa hasta para el que no quiere pausar su texto! La vida, como los textos, necesita también sus pausas. El día a día nos lleva a vivir en párrafos interminables; letras y palabras oídas, vistas y leídas en diversos canales; sin silencios, sin pausas, sin más oscuridad que la que, a veces, nos envía ese mental que tan mal nos trata a veces. Es importante que pongamos nuestra vida entre paréntesis y que aprendamos a susurrar entre puntos suspensivos.
Muchas veces pasamos por la vida entregadas a la mínima pausa de la coma del día a día. Ponemos algún punto y seguido cuando llega el que llamamos “tiempo libre” así, entre comillas, porque no siempre es tan “libre” como nos gustaría. Escribimos un punto y aparte solo cuando algo fuera de la normal nos obliga a parar. Y aun así, solo un espacio más de interlineado nos separa del siguiente párrafo que enseguida corremos a escribir con alguna coma.
Sabiendo como sabemos que la vida está hecha de capítulos y que uno de ellos tendrá un punto final, deberíamos encontrar más tiempo entre paréntesis; olvidarnos de las líneas que tendremos que seguir escribiendo y deleitarnos en lo amado que incluyamos entre esos paréntesis. Y desde (ahí) admirarnos con signos de exclamación; interrogarnos con sus signos – el de delante y el de detrás -; enumerar tras dos viejos puntos, uno encima del otro, lo que nos gusta… y memorizarlo con guiones que signifiquen más, en vez de menos.
Con el impulso de la pausa, empezaremos seguro a escribir nuevos párrafos y saldrá por fin todo lo que no escribimos cuando aún vivíamos fuera de los paréntesis, rodeados de comas ajenas, sin atrevernos a ponernos en pausa. He aquí mi frase más larga: la pausa en un estado como otro cualquiera por más que muchos nos animen a seguir en lo que siempre hemos estado o por más que el miedo a no saber escribir otras líneas nos quite el ánimo para ponernos entre paréntesis. Y, por supuesto, cada ser, su pausa.