Cultura y entretenimiento

‘Desmontando a Lucía’. un thriller con tintes de comedia ácida

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La película propone un universo visual propio y reconocible, articulado en tres niveles narrativos: el mundo real, los recuerdos de Lucía y las fantasías de Simón.

Una historia que se puede enmarcar dentro de un nuevo cine negro con tintes de comedia ácida que plantea al espectador el dilema sobre dónde está el límite de nuestros actos. ¿Justifican nuestras vivencias pasadas los actos futuros?

Esta película combina el thriller, el cine negro, con puntos de comedia y sale bastante bien parado. Es un buen entretenimiento que engancha desde el principio.



Lo original de esta historia es que se nos presenta con una forma visual de interferencias de tres tipos: el mundo real que vemos como espectador, los recuerdos que tiene Lucía (Susana Abaitua) que plasma como las películas de 8 mm y las fantasías de Simón (Hugo Silva) que se ven como películas de cine negro clásicas, en blanco y negro.
on ello, mientras la realidad ocurre, van interfiriendo planos del universo visual de los personajes principales, que en el caso del pensamiento de Hugo Silva-Simón, que al ser un fan del cine negro clásico, se ve a si mismo y al resto de personajes, con el aspecto de Bogart o Lauren Bacall, con una ropa, peinados y ambientación que siempre son imágenes bellísimas, muy cuidadas estéticamente.
Estas interferencias, según su Director, Alberto Utrera, “es una historia que depende mucho del punto de vista”, provoca que, mientras la estás viendo, tengas diferentes perspectivas para ir reflexionando sobre lo que ha pasado, ejercicio motivador que te deja enganchado a la historia.

En la película, además de tres vertientes visuales, se producen giros, apoyados en diferentes circunstancias de los personajes, como que la protagonista (Susana Aboitua-Lucía) sufre de trastornos o desajustes mentales, que el abogado (Julián Villagrán-Óliver) es un ludópata que necesita mucho dinero para pagar sus deudas o que el investigador (Hugo Silva-Simón) es aparentemente un psicópata secuestrador con unas motivaciones de buena persona.
Toda esta trama de guión facilita presentar cuestiones tan actuales como la enfermedad mental, que se aproveche de una dolencia amnésica o trastornos psíquicos, tanto por parte de otros como por quien la sufre.
Alberto Utrera explica que “es la historia de unos personajes que tratan de sobrevivir ante unas situaciones muy complicadas. En el fondo es lo que creo que hacemos todos. Igual que Lucía, Simón y Óliver, hacemos lo que podemos con lo que tenemos.»

Toda la historia está contada con humor, sin que sea gracia fácil, sino más trabajada, y con escenas en parajes visualmente muy destacables como las localizaciones en el bello desierto de Las Palmas de Gran Canaria.
Una curiosidad visual es que el coche de Simón, una ranchera, tiene los reposacabezas en los asientos mientras los protagonistas hablan dentro del vehículo, cosa muy excepcional en las películas, puesto que en todos los rodajes lo habitual es que se quiten para facilitar los planos de las personas. En este caso queda muy bien.

Lucía es detenida conduciendo el coche de su novio Héctor a toda velocidad, aturdida y ensangrentada. Tras un fin de semana en la playa con él y con Elena, su mejor amiga, los dos están desaparecidos. Lucía solo recuerda una “pequeña” discusión que terminó con una botella rota en la cabeza de Héctor, pero eso es todo. Esto complica la vida de Simón. ¿Un investigador privado? Simón prefiere considerarse a sí mismo un simple “perito judicial”. Cuando su socio Óliver, un abogado con problemas económicos a causa del juego, le encarga investigar a Lucía y las desapariciones, Simón no sabe que está a punto de llevar el peritaje a otro nivel. Obsesionado con las películas de cine negro de Bogart, Simón traspasará todos los límites al enamorarse de Lucía, la amnésica sospechosa del asesinato que investiga.