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Convivir con el impostor que algunos llevamos dentro

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Doy la batalla por vencida. Sucumbo a la necesidad de buscar plumas de Dumbo que neutralicen sus efectos. Me entrego a la convivencia con esa impostora que se viene conmigo a trabajar cada día. El síndrome no entiende de profesiones pero, me atrevo a decir, que se ceba especialmente en profesiones creativas en las que, muchas veces, las decisiones se toman sin jurisprudencia previa.
TAMBAB

Mi amiga Maite F., me ayudó hace años a revisar mi trayectoria profesional plasmada en un currículum vitae. Es una persona tan atenta y amable que leyó todo con extraordinaria atención. Cuando terminó, me sorprendió con una pregunta: “¿Por qué necesitas formarte académicamente sobre temas que has ejecutado con resultados excelente en tu trabajo?”. ¡Ostras y yo sin darme cuenta!

Le dije a Maite F. que nunca me había parado a pensarlo y entendí que necesito que otros certifiquen que se hacer las cosas. Ese es un síntoma del síndrome del impostor.

Por si alguien no lo sabe, este síndrome es la sensación psicológica de no ser válido para la labor que realizamos. No nos valen las valoraciones de jefes y compañeros; no sirven los resultados obtenidos; no consuelan ni las veces que tu misma piensas “¡qué bien me ha salido esto!” Al rato, ya se te ocurre cómo lo podías haber hecho mejor. Y sí, muchos parecemos super seguros de nosotros mismos; es que no es lo mismo el síndrome, que la inseguridad.

Quienes convivimos con este síndrome pasamos por distintas fases similares a las del duelo. Lo primero es reconocer al síndrome. Y ponerle nombre: la mía se llama así, Síndrome. No me he comido mucho la cabeza en el bautizo, lo sé. Pero es que así también le pongo el aspecto del personaje de la peli de Los Increíbles que pasa de Incredy Boy a Síndrome.

Después viene la negación. Te documentas y tratas de decir cosas como: “No, bueno, no es para tanto”. ¡Vaya que sí lo es! Le sigue la ira: “Esto ¿por qué coño me pasa a mí?” Llega la negociación y el síndrome se vuelve implacable por mucho que apliques técnicas que realmente son consuelos (o consoladores que tiene más gracia). Consoladores del tipo: “Nadie sabe todo y vas bien preparada”. Y por último, nos llega la aceptación: “Hola, me llamo Teresa y convivo con Síndrome”.

En mi caso la aceptación pasa por hablar con Síndrome. Le digo cosas como “tú quieres saberlo todo, pero yo no”.  A día de hoy mantenemos una mejor relación. Yo sé que seguiré aspirando a la perfección aunque no exista y que aún mejor, ya es perfecto de por sí orientarse a la perfección. Y Síndrome seguirá recordándome que realmente yo no sirvo para la comunicación y que tampoco mis textos son tan buenos.

A mi Síndrome solo me acompaña al trabajo. En casa hace tiempo que encontré la vacuna que, en mi caso, se llama David. Pero conozco casos en los que ha entrado hasta en la cama.   

Para que no gane, llevo siempre mi pluma de Dumbo que es doblar el esfuerzo por saber, investigar, conocer y orientarme siempre a la mejora. ¡Ah! Y si salgo a hablar en público, llevo siempre una tarjeta con mis frases clave que nunca miro… como la pluma de Dumbo. Si me hace volar, bienvenida. Así dejamos un rato en Tierra a Síndrome.