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Abrazos en tiempos de Pandemia

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La pandemia del Covid-19 ha llegado y nos ha asolado. Pero antes de que llegara, ya sufríamos otra pandemia, la de la soledad, acallada a base de ocio y hábitos de consumo.

Laura Arranz Lago

Hemos vivido materializando absolutamente todo, incluso la propia soledad, siguiendo la senda de Estados Unidos, donde sus calles ya estaban familiarizadas a “abrazadores” profesionales ante los que decenas de personas hacían cola para ser calmadas en su soledad, y la de Reino Unido que en 2018 creó un Ministerio para tratarla; toda vez que lleva años irrefutablemente probado que los abrazos tranquilizan, mejoran la presión arterial, alivian el temor y alargan la vida.

Estos beneficios se constataron tras la Segunda Guerra Mundial con conclusiones tan determinantes como la de que para vencer la atrofia infantil, los bebés necesitaban que los pasearan en brazos, acariciaran y arrullaran. Así, el doctor F. Talbot, descubrió que los hospicios de diferentes países tenían los mismos niveles de mortalidad excepto uno en Dusseldorf, donde la anciana Anna lograba la supervivencia de bebés enfermizos cargando continuamente con uno de ellos a la cadera mientras realizaba sus tareas. Gracias a este descubrimiento, la tasa de mortalidad en instituciones de lactantes cayó a menos del 10% y se comenzó a comprender la importancia del contacto y la afectividad positiva para regular de manera natural la hipófisis y el cortisol.

Pero, si ya nos costaba hacerlo antes, ¿cómo podemos ser afectivos positivamente ahora que el coronavirus nos mantiene en la distancia sin abrazos ni contacto que comprometa la salud? Con nuestra mejor fuente de cercanía posible: el lenguaje.

Como coach experta en comunicación, recomiendo un lenguaje generoso y afable con nuestro interlocutor. Éste se refleja de un modo no verbal al saludarnos de lejos con expresiones como lanzar un beso con la mano, llevarla al corazón, moverla en el aire cordialmente o inclinar la cabeza asintiendo; y en una corporalidad con la que mantengamos la figura relajada, los hombros hacia atrás, los brazos receptivos, y las manos abiertas enseñando las palmas y realizando gestos suaves que acompañen a las palabras a la par que podemos reforzar las emociones con las cejas y una gran riqueza de matices con la mirada.

También, la afectividad positiva se puede lograr con una voz firme y acogedora que haga al receptor el verdadero protagonista. Algo a lo que estamos más predispuestos con las actuales mascarillas, que aunque dificulten la comunicación fluida, nos obligan a estar más pendientes de que llegue correctamente nuestro mensaje; haciéndonos hablar más lento, más alto, con mejor pronunciación y con un vocabulario más exacto; retomando la escucha y el silencio, elementos imprescindibles y olvidados.

Si el lenguaje no verbal nos sorprende con la cantidad de recursos con los que podemos cobijar al otro; el verbal contiene infinitas posibilidades para hacerlo. Así, es clave que generemos equipo y no desunión, que ofrezcamos verdad en vez de incertidumbre, que compartamos soluciones en lugar de problemas, que demos ideas transformando las quejas, y que mostremos unas emociones -las propias- que resonarán en todos si tenemos la valentía de hacerlo.

Debemos ser valientes para superar esta pandemia con los sistemas inmunitarios y los corazones altos. Lograrlo depende de nuestro valor para compartir nuestra vulnerabilidad, cercanía y ternura, a través del más que nunca imprescindible abrazo humano del lenguaje.

Laura Arranz Lago/ Abogada Mediadora y Coach

  Instagram: lauraarranzlago/ Twitter: @lauraarranzlago

www.lauraarranz.com