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Microdosis, de Enrique Bunbury

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“Motivo y recompensa / unificados en un solo acto, / en una mancha, / un verbo, / un silencio / tan hermoso / que muero de ganas / de vulnerarlo / con un crujido de mandíbula. / Una hendidura / de guillotina / engulléndoos a todos”.
Pedro Robledo

Lo confieso. Estuve, durante muchos años de mi juventud, completamente engullido en la hendidura de guillotina que supuso Héroes del silencio. Cuando Bunbury decidió abandonar el grupo y empezar su carrera en solitario, me pareció que tomaba un sendero de traición. Se marchaba a hacer canciones que pudiera escuchar su madre, dijo por entonces el zaragozano.

Varias décadas después, Bunbury tiene consolidado su espacio en el mundo de la industria musical, no como producto comercial, sino como artista. Te puede gustar más, te puede gustar menos, pero lo que te ofrece es el camino del artista: honestidad, asunción de riesgos, experimentación constante, crecimiento.

No me acerqué a Exilio Topanga, su primer poemario publicado en La bella Varsovia. Al ver que insistía, me pudo la curiosidad. Y es que Microdosis, este segundo poemario que acaba de ser publicado por Editorial Cántico, despierta sobretodo eso, curiosidad.

No esperábamos encontrar depurada técnica, oficio, hermosos versos, ni siquiera nada que nos interpelara emocionalmente. El libro es honesto y el título no engaña a nadie. Es lo que es. Un diario poético que documenta una experiencia vital, y las reflexiones personales que de ella surgen. A saber, la ingesta diaria de microdosis de psilobicina.

En Microdosis podemos ver a un Bunbury apesadumbrado con la realidad que le ha tocado vivir, pero también esperanzado con la especie humana. No niega las miserias del mundo, y es suficientemente honesto como para esquivar el cinismo, al igual que dice esquivar conflictos y balas. Afirma que también sabemos hacer cosas que realmente merecen la pena, que tal vez no seamos tan malos.

“Somos los que somos y estamos en esto juntos. Pobres, desamparados. Hacemos lo que podemos y lo que hacemos, en el fondo, lo hacemos bien. Somos buenos como Humanidad. Quizá como seres biónicos no estemos a la altura o como extraterrestres, o sumos sacerdotes, pero como Humanidad lo hacemos aceptablemente.”

Y esa obsesión siempre presente por el arte, por la belleza:

“Todo nuestro sistema de valores, / todo nuestro código de conducta, / por un indicio, un pequeño roce / con la yema de los dedos, / del subsuelo de la cima del Olimpo / de la grandeza y la gloria del Arte”.

“¿Acaso la creación no es lo más cercano que un ser puede estar de Dios?”

“Recompensa y motivo. Ese es el equilibrio. Balanza y contrapartida. Podemos ponernos de acuerdo en algo. En la belleza, por ejemplo”.

Hay también un poco de esa máxima de vivir en el presente. De aceptación de sus problemas para conectar a veces con los demás, de la necesidad de elegir entre el hambre y la tristeza. De la crisis de los cuarenta o de los cincuenta, a través de esa maravillosa película danesa que es Otra ronda. De crítica hacia lo que se ha convertido Europa. Resuenan esos ecos misticistas del budismo oriental cuando señala su interés en no establecer juicios de valor hacia los demás, y no conformarse sólo con la empatía, sino sentir necesidad de cultivar la compasión.

En fin, poliformismo y eclecticismo a fuego lento. Bunbury en toda su esencia.

www.pedrorobledo.com