Madrigales de la pensión, de Charles Bukowski
A veces, la vida te da la oportunidad de poder escoger. Aunque parezca que ya es demasiado tarde. Pero si estás vivo, nunca es demasiado tarde. Bukowski a sus 49 años tuvo que escoger entre volverse loco o morirse de hambre. Eligió morirse de hambre, y por una vez ganó la apuesta. El caballo de la literatura fue el primero en cruzar la línea de meta, y no fue el hambre el que acabó con un Bukowski famoso, reconocido, traducido a múltiples idiomas, sino la leucemia (en 1994).
Pedro Robledo
Madrigales de la pensión es una antología publicada en 1988, recogiendo poemas escritos entre 1940 y 1960, es decir, entre los 20 y los 40 años del autor. Muchos de esos poemas son difíciles de encontrar y reflejan la penosa vida que llevaba el poeta, siempre buscando refugio en la escritura.
Como cuenta él mismo en el prefacio: “De vuelta de la fábrica o del almacén, bastante cansado, me parecía que poca utilidad podría sacársele ya a la noche, excepto comer, dormir y regresar después a aquel trabajo manual. Pero ahí estaba la máquina de escribir, esperándome, en aquellas habitaciones destartalados con persianas rotas y alfombras gastadas, el aseo y el váter al final del pasillo, y una sensación en el aire de que, antes que yo, por allí habían pasado muchos perdedores. Unas veces, la máquina de escribir estaba allí, pero no el trabajo, ni la comida, ni el dinero para el alquiler. Otras, la máquina de escribir estaba en la tienda de empeño”.
Bukowski se labró una fama de perdedor, misógino, misántropo, borracho, etc. pero fue más bien la creación por exageración de un personaje. Un Chinaski tras el que podía esconderse el Charles tímido, introvertido, sensible, profundo, romántico, generoso, amante de los clásicos, apasionado por la cultura.
El lector que se acerque a Madrigales de la pensión podrá disfrutar del nihilismo del que hacía gala el autor con poemas como El regalo en el que habla de la visión que tiene de la vida:
“que esto es un regalo / y que me ha hecho mal; / me ha empapado los huesos / y me mantiene despierto / hasta quedarme mirando a la pared / […] éste es el regalo / éste es el regalo… / ciertamente el encanto de morir / yace en el hecho / de que es muy poco / lo que se pierde”.
Y al carecer la vida de sentido, cobra vital importancia la belleza. La utilidad de lo inútil que nos recuerda Ordine. Carpe Diem, parece que grita este poema titulado Me arrodillo:
“estas piernas necesitan correr / pero me arrodillo / antes de que las flores femeninas / cojan el aroma del / olvido / y lo atrapen / con fuerza / y las tardes / las horas de las tardes, / las tardes de cabezas grises / dejen caer su cabezas / para después / caer dormidas”.
El poeta maldito, el viejo verde era en realidad era un pájaro azul. Un hombre que supo muy pronto que “lo que el mundo necesita son mentiras, hermosas mentiras”.
Con 49 años, una editorial le ofreció dejar su trabajo a cambio de dedicarse a escribir por un salario de 100 dólares mensuales. “[…] tengo dos opciones, permanecer en la oficina de correos y volverme loco… o quedarme fuera y jugar a ser escritor y morirme de hambre. He decidido morir de hambre”.