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Influencers tóxicos en la Red

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En plena era digital, necesitamos filósofos como mi sobrino Félix, quienes dediquen su tiempo a expresar con palabras pensamientos y convertirlos en nuevas certezas que regulen éticamente la tecnología. Esta nueva ética digital no solo concierne a las máquinas; es algo que muchos profesionales de las redes están pasando por alto.

Tambab

De las redes sociales han surgido preciosas oportunidades para aquellos que han sabido gestionar sus perfiles, convirtiéndolos en una nueva profesión y fuente importante de ingresos. Personal y profesionalmente, me encanta que las redes faciliten nuevas profesiones y que más personas aprendan sobre el difícil arte de comunicar y mantener una reputación. Aunque no hay influencers mejores que mis amigas, he de reconocer que en ocasiones me he sorprendido viendo qué recomiendan o cómo se expresan otros influencers.

Las redes sociales también han otorgado a individuos comunes un poder sin precedentes para construir y destruir reputaciones. ¿Conocen a algún influencer tóxico? Este es aquel que convierte las redes en un negocio sustentado en criticar a su gremio, haciéndose pasar por experto y cúspide de la honestidad. Su sentido ético radica en afirmar: «ellos son malos y yo, en cambio, soy el maestro – o el puto amo – que los evidencia». El influencer tóxico aparenta moverse en la crítica legítima, cuando en realidad vive de la difamación maliciosa.

¿Es reprobable embarcarse en contenidos que distorsionan la realidad y dañan la reputación de una empresa? Rotundamente sí. Con el poder de crear contenidos exitosos viene la responsabilidad ética, una línea fina que algunos eligen cruzar en busca de beneficios personales. Son personas que acabarán cayendo por su propio desconocimiento de la comunicación; persiguen objetivos a corto plazo y por eso fallarán. Conozco a uno de estos personajes que reconoció sin pudor públicamente: «yo me meto con las empresas que luego me llaman y podemos llegar a acuerdos». Oiga, lo que viene siendo reconocer en público una extorsión (lo tengo grabado en video).

Y aun así, las empresas afectadas por estas campañas están en una posición difícil, pero, sobre todo, están en desventaja en comparación con la chulería, el descaro y la capacidad de distorsión del influencer tóxico. El miedo a hacer el problema más grande al responder públicamente a las acusaciones lleva a optar por el silencio; sin embargo, este puede interpretarse como una admisión de culpa y afectar aún más la reputación de la empresa.

En mi experiencia, y sabiendo que la transparencia y la comunicación abierta con pruebas contundentes son clave cuando someten a la empresa a acusaciones falsas, recomiendo no elegir las redes como escenario de batalla si no se tiene una estrategia clara y una oportunidad de alcance, al menos igual a la del influencer nocivo. Preparar una comunicación reactiva para clientes y colaboradores que hayan tenido dudas respecto al contenido tóxico, suele ser lo más recomendable. Llámenlo miedo, llámenlo prudencia y responsabilidad, o desigualdad de condiciones… ¡somos empresas, no influencers!

Ojalá las marcas pudiéramos hacer lo que ha hecho Worten con el video de Amadeo Llados. Aunque aún estamos por descubrir si es una acción viral pactada, nos ha dado mucho en qué pensar a los profesionales de la comunicación y, sobre todo, nos ha abierto las puertas a una nueva valentía. No tanta como para darles el nombre de nuestro particular influencer tóxico al que dedico este artículo, pero casi… casi.