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Greta Garbo: se cumplen 30 años de la muerte de «La Divina»

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Repasamos la historia de este mito del cine junto a Betty G.S

Aunque haya lectores que no hayan coincidido con la carrera artística de Greta Garbo, estoy convencido que son muchos los que, en algún momento de su vida, hayan oído su nombre.

No en vano su carrera empezó en el cine mudo y se retiró a un apartamento, lujoso, eso sí, en Nueva York a los 35 años. Muy pronto, desde luego, cuando no estamos acostumbrados a este tipo de acciones de las superestrellas de Hollywood.

Mito del cine

Es, sin duda, uno de los mitos del cine y aunque a muchos se les califica de mitos, realmente en el mundo del cine podíamos contar, como mucho, una docena. Y la Garbo está, sin duda, dentro de este grupo.

Coincidiendo con este aniversario son muchos periodistas o simples comunicadores los que han querido darle un homenaje y un recuerdo a la “Divina”.

Por ello,  desde La Mirada vamos a dar un pequeño repaso a una vida que no tiene desperdicio y es bueno que la conozcan un poco mejor las generaciones más jóvenes.

Inicios y desembarco en Hollywood

Tras rodar varios filmes en Suecia, su mentor, el realizador Mauritz Stiller, le cambió el apellido Gustafsson por el de Garbo, mucho más comercial.

Llegó a Hollywood en 1925 con 19 años, actuó en 26 películas (11 mudas y 16 sonoras) y se jubiló en 1941 a los 35 años. 

Nunca más regresó a la gran pantalla. Y recibió muchas propuestas. Sobre todo de Max Ophüls y Luchino Visconti, que trataron de persuadirla sin éxito.

Sus dos primeros trabajos en la meca del cine tuvieron una marcada influencia española, ya que su primera película, Entre naranjos (1926), estaba basada en una novela del escritor Vicente Blasco Ibáñez, y en La tierra de todos (1926), el protagonista masculino fue Antonio Moreno, un madrileño que consiguió ser uno de los mayores latin lovers de la época.

Greta Garbo fue el producto perfecto que la Metro Goldwyn Mayer (M.G.M.) fabricó a medida bajo las órdenes del cofundador del estudio, Louis B. Mayer, que la sometió diferentes tratamientos estéticos. Perdió 15 kilos, se retocó la nariz, le sacaron varias muelas para afilar su rostro, le aclararon la melena y realzaron sus ojos con un lápiz negro grueso y unas cejas depiladas con pinzas.

Pero no fue hasta El demonio y la carne (1926) que la actriz empezó a acaparar el interés de las columnas de cotilleo por su romance con su compañero, John Gilbert, con el que trabajaría en cuatro ocasiones y a quien consideraban el rival de Rodolfo Valentino, que había fallecido ese mismo año. El galán le propuso matrimonio a la Garbo varias veces. Todas ellas contestadas con no por la estrella.

Cine Sonoro y primera nominación al Oscar

Con la llegada del sonoro, Louis B. Mayer, le organizó una campaña de marketing impagable. Para la promoción de Anna Christie (1930), todos los medios se hicieron eco de la noticia: «Garbo talks!» (Garbo habla).

De esta manera, la diva entró en el olimpo de los mitos gracias a una voz gutural. Por este papel obtuvo la primera de sus cuatro nominaciones al Oscar. Sin embargo, en privado, su inglés era muy deficiente, según se relata en el documental Greta Garbo: el mito de la Divina.

Ser la estrella más rentable del estudio tuvo sus privilegios. Algunos de sus vestidos llegaron a costar casi 25.000 euros de la época y sus guiones estaban hechos casi a medida.

Entre los clásicos que la Garbó interpretó destacan Grand Hotel (1932), Ana Karenina (1935), Ninotchka (1939) y La mujer de las dos caras (1941), con la que se despidió definitivamente de las cámaras.

No concedió entrevistas, reportajes y no fue a eventos sociales

Mientras estuvo en activo, sus exigencias más importantes fueron las de no conceder entrevistas, negarse a firmar autógrafos, no posar con los admiradores, rechazar eventos sociales, no contestar la correspondencia de los fans y, por supuesto, no hacer los reportajes de las revistas.

Cuenta la leyenda que un periodista se acercó a ella y le dijo: «Me gustaría preguntarle…» a lo que ella respondió: «¡Y para qué preguntarse!». Y se fue. Otra semilla más que perpetuó el misterio. En 1954 le concedieron el Oscar por toda su trayectoria, pero no fue a recogerlo.

Vida sin cine

A pesar de su retiro, no dejó de frecuentar sus amistades hollywoodienses en reuniones sociales muy exclusivas a las que asistían el director Billy Wilder, el intelectual Bertolt Brecht o la guionista y escritora Salka Viertel.

En su casa conoció a la escritora Mercedes de Acostacon quien Garbo tuvo una relación sentimental intermitente. Enseguida, De Acosta se cansó de su frialdad y cayó en brazos de Marlene Dietrich, archienemiga en la pantalla de la Garbo.

La escritora no se podía quitar a la Divina de la cabeza y volvió con ella, por lo que la despechada Marlene empezó a salir con John Gilbert. 

Otros romances de la Garbo fueron Rouben Mamoulian, Erich Maria Remarque, Cecil Beaton y, según se rumorea, incluso con la mismísima Marlene Dietrich.

Convertida en una mujer millonaria, invirtió sus ahorros en varias parcelas en Rodeo Drive, en el corazón de Beverly Hills, y en obras de arte, especialmente en cuadros de Kandinsky, Renoir o Rouault. 

Se pasó más de una década viajando por todo Estados Unidos hasta que en 1953 compró un apartamento que ocupaba toda la planta del edificio Campanile con vistas al East River de Nueva York, donde también vivieron Rex Harrison, los Rothschild o Ethel Barrymore. La protagonista de La dama de las camelias vivió allí hasta su fallecimiento en 1990.

Una vez parapetada en su inexpugnable refugio, la estrella solo se reunía con lo más granado de la jet set internacional como el escritor Gore Vidal -hermanastro de Jackie Kennedy- quien dijo de ella que «era capaz de decir más cosas con los ojos de lo que mucha gente es capaz de decir con la voz», los multimillonarios barones de Rothschild o el impertérrito armador griego Aristóteles Onassis, que la invitaba a navegar en su yate Cristina, que tantas veces fue pasto de los paparazzi por los tormentosos romances de su dueño con María Callas y Jacqueline Kennedy.

Durante el tiempo que vivió en Manhattan, la Garbo siempre disfrutó paseando intentando pasar lo más desapercibida posible. Para ello, usaba casi siempre el mismo look anti miradas indiscretas: grandes gafas de sol, enormes pañuelos, largos abrigos, pantalones, gorros... y se entretenía mirando los escaparates de las tiendas.

El paparazzi Ted Leyson fue el artífice de inmortalizarla durante los últimos 11 años de su vida y sus fotos se vendieron a nivel mundial porque el público estaba ansioso por saber cómo lucía la gran diva del cine.

Los tenderos de la zona ya la conocían. En cuanto la veían entrar, ella solo tenía que señalar el producto que quería e inmediatamente se lo envolvíanNadie escuchaba su voz. Hubiera sido su perdición. El anonimato había sido su misión desde su retiro cinematográfico.

Las actrices Sharon Stone y Anne Bancroft  comentaron que se la encontraron por la calle en alguna ocasión, pero no se acercaron a ella. Decidieron respetar su intimidad y solo la observaron.

Uno de los secretos mejor guardados lo conoció Sara Montiel mientras la manchega vivió en Hollywood con su primer marido, el director Anthony Mann: «Greta Garbo venía a casa a jugar al tenis y lo que más me sorprendió de ella fue sus preciosos ojos azules». Un detalle que siempre pasó desapercibido porque todas sus películas se rodaron en blanco y negro.

El 15 de abril de 1990 se cerró una etapa irrepetible en la historia del cine, pero, como decimos al principio de este artículo, será siempre un mito “la Divina”.

Betty. GS