Opinión

El Manos Libres

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Por Carlos Vara García

Sin duda alguna la tecnología es algo que ha avanzado de forma exponencial en las últimas tres décadas, y cada vez lo hace de forma más rápida. Bienvenida sea siempre que su función sea mejorar la vida de las personas, ya sea facilitando tareas que antes eran más laboriosas o poco productivas, o incorporando en nuestras vidas nuevos hábitos, usos y costumbres que mejoren nuestra calidad de vida.

Por todo ello, soy un defensor de las mismas, pero como en todo, hasta un límite. Porque el no determinar un límite implica llegar al extremo y normalmente los extremos son peligrosos, no por el hecho de ser extremo de una posición concreta, sino porque entra en contradicción con la contraparte de forma invasiva. Siempre he criticado el “anarquismo de las cosas”, ya que cuando dejamos de seguir y cumplir con unas normas básicas para supuestamente ganar “auto libertad” entramos en el terreno de la libertad y el respeto de los demás. Sería maravilloso tener la libertad de mover la tapia de tu jardín de forma infinita para tener un jardín más grande y bonito, pero llegaría un momento donde entraríamos en el jardín del vecino y nuestra aparente demanda de libertad sería contraría al derecho de nuestro vecino a disfrutar de la suya.

Este efecto “anárquico” se esta dando por el uso desenfrenado de las nuevas tecnologías, y lo peor de todo, este uso invasivo lo estamos incorporando en nuestros hábitos diarios como algo “normal”, de hecho, el ir en contra de ello implica ser calificado como “raro”, “contrario a la moda”, “desactualizado”.

Pero pensemos en un ejemplo concreto, un ejemplo de algo con lo que todos convivimos casi de forma diaria, el famoso “manos libres”. ¿Cuántas veces recibes llamadas de una persona conduciendo que ha decidido llamarte con el “manos libres” para cumplir con el código de circulación?, hasta aquí todo muy bien. Pero… ¿ha pensado esa persona en lo molesto que es en la mayoría de las ocasiones para la otra persona atender esa llamada? O ese otro caso donde alguien se pone a cocinar o a arreglar cualquier aparato en su casa, y ante su aburrimiento decide llamar a alguien con el “manos libres” para combatir su aburrimiento, sin darse cuenta, o no queriéndose darse cuenta, que esa cacerola, ese martillo… son ruidos bastante molestos al otro lado de la línea. Porque sí, la tecnología avanza, pero no toda ella lo hace a la misma velocidad y que seamos capaces de llamar por redes 4G no quiere decir que la acústica haya avanzado tanto.

Ahora bien, cuídate de decir que “si no te importa hablamos en otro momento”, porque entonces pasas a ser el raro, el intransigente. Cuando lo que esta pasando es que estas haciendo un esfuerzo innecesario por escuchar a una persona que te ha llamado proactivamente y no hace un esfuerzo por centrarse en la conversación.

Una cosa es llamar en un momento dado, por una urgencia, con un sistema de “manos libres” para comunicar algo de forma rápida, necesaria o urgente (lo cual se agradece a la tecnología poder darnos la herramienta para hacerlo) y otra cosa bien distinta es intentar mantener una conversación distendida sin respetar el bienestar de la otra persona.

Últimamente están de moda las técnicas de relajación, yoga, mindfulness… por todos sus beneficios positivos de los que nadie duda, pero sin embargo no sabemos mantener la tradición y el respeto por mantener conversaciones donde el entorno, el lugar y la tecnología nos hagan centrarnos en la persona con la que hablamos y su bienestar.

He puesto el ejemplo del “manos libres”, pero son un sinfín de utilidades tecnológicas nuevas, las que nos pueden disturbar. Imaginemos el salón de una casa familiar, de una casa donde haya un buen grupo nutrido de adultos, adolescentes, niños y los tan necesarios abuelos.

Puede ser un cumpleaños, una noche de navidad, una velada en una casa rural…. Pues bien, todos somos conscientes qué a diferentes edades, diferentes usos y costumbres de todos estos aparatos tecnológicos. Desde el uso casi innato de los niños, la velocidad de uso los adolescentes, la utilidad aparente que le dan los adultos y la “innecesaridad constante” que le ven los abuelos. Imaginémonos pues en ese salón, donde alguien intenta leer en un rincón, otros intentan mantener una conversación distendida, hay alguien que escribe una carta… y a tal agradable ambiente le incorporamos los sonidos de los avisos estrafalarios de las alertas de un móvil (eso sí, al dueño del móvil le parece graciosísimo tener como sonido el rugir de un dinosaurio, pero solo a él), pero además es que a la vez, alguien llama y entonces la persona que coge el teléfono sin avisar ni preguntar al resto de la sala, decide poner el manos libres porque considera que todo el mundo va a agradecer tener una llamada con todos presentes, también podemos incorporar al “cuadro”, al niño jugando con el video juego en el móvil que claro, sino pone el volumen, el juego no es el mismo… y así podríamos llenar este “cuadro” tanto como el Bosco rellenaba su “Jardín de las Delicias”

¡¡¡ Que maravilla !!!, cuanto van a perder los rincones de lectura… y peor aún, cuanto vamos a echar de menos las ya desaparecidas cabinas telefónicas.

Pero tranquilos, alguien inventará pronto el “casco-cabina telefónico móvil”. Y de ahí a Marte en un periquete, gracias a la tecnología.

Carlos Vara García
Consultor Independiente en Psicología Empresarial, Desarrollo Profesional y Mentorship.