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«El día de la marmota» o cómo Bill Murray pasó a ser leyenda

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Todos, o casi todos, utilizamos la expresión ‘día de la marmota’ ante cualquier situación que, o bien se nos hace pesada, o nos parece cansina y repetitiva.

Miércoles, 3 de febrero/BettyGS

Ayer, martes 2 de febrero la marmota Phil volvió a asomar su cabeza en Punxsutawney (Pensilvania) para predecir si tendremos una primavera adelantada o aún nos quedan seis semanas de invierno. En concreto, este año su predicción ha sido seis semanas más de invierno.

La tradición, invernal y más americana que las hamburguesas, así lo dictamina desde el siglo XIX. La ‘culpa’ de que dicho acto haya trascendido culturas la tiene ‘Atrapado en el tiempo’, la película de 1993 que protagonizaron Bill Murray y Andie MacDowell. Sin embargo, puede que ese título no les suene de nada.

Igual que ocurre con el ‘Halloween’ de John Carpenter, al que nadie se le ocurre llamar por su título español (‘La noche de Halloween’), a ‘Groundhog Day’ todos la conocemos como ‘El día de la marmota’.

La historia de un reportero vanidoso que acude a Pensilvania para retransmitir la tradición de la marmota y acaba viviendo, como si se tratase de una pesadilla, el mismo día una y otra vez se ha convertido en un clásico. También en un lugar común y en un cliché. En un 2020 que ha sido un día de la marmota en sí mismo, es difícil no poner en valor una película que, casi treinta años después de su estreno, asombra por los vericuetos de su guion y la interpretación de Bill Murray. Todos, o casi todos, utilizamos la expresión ‘día de la marmota’ ante cualquier situación que, o bien se nos hace pesada, o nos parece cansina y repetitiva.

Pocos saben que la película provocó un cisma entre dos amigos. Pero para contar la historia hay que empezar por el principio: a principios de los 90, el papel protagonista fue ofrecido a Tom Hanks, pero alguien lo consideró ‘demasiado majo’. Los productores también pensaron en Michael Keaton, que lo desechó porque no entendía muy bien el guion. El que sí aceptó fue Bill Murray, que realizó una sus interpretaciones más recordadas y, en principio, estuvo encantado de participar en el rodaje. Al fin y al cabo, el director era Harold Ramis, uno de sus mejores amigos.

Ramis había sido uno de los célebres ‘cazafantasmas’ junto a Murray y el buen rollo entre ambos era de sobra conocido. Pero el director veía su película como una comedia, mientras que Murray se empeñaba, una y otra vez, en mostrar la vertiente filosófica de la historia. El desacuerdo entre ambos provocó varias broncas que, según la rumorología de Hollywood, los mantuvo veinte años sin dirigirse la palabra.

En aquellos meses, Murray vivía el divorcio de su mujer y compensaba su dolor dedicándose en cuerpo y alma a la película. Incansable y obsesivo, no dejaba de telefonear a Ramis día y noche, a menudo durante horas intempestivas. Cansado de los cuestionamientos del actor, el director lo mandó a freír espárragos y pasó a la pelota al tejado del guionista, Danny Rubin. A partir de ese momento, la animosidad entre los dos amigos no dejó de crecer.

Ramis no tuvo que esperar demasiado para mostrar sus diferencias con Bill Murray. En la escena en la que los niños arrojan al protagonista varias bolas de nieve, el director ordenó que las tirasen con tal fuerza hacia la cara de Murray que este casi acaba malherido.

En otras ocasiones, los problemas de los dos amigos vinieron por causas ajenas a su temperamento. Uno de ellos tuvo que ver con la propia marmota, que mordió en dos ocasiones a Murray. Ante el temor de adquirir alguna enfermedad, el intérprete fue vacunado inmediatamente contra la rabia. Pese a vivir momentos duros, Murray fue bastante correcto con el resto del equipo. Frente a los divismos de su personaje, él se mostró humano y razonable, evitando esos grandes caprichos tan propios de las estrellas. Las anécdotas del rodaje así lo demuestran: un día, varios vecinos de Woodstock, lugar donde se rodó la película, se acercaron al set para curiosear. Generoso como pocos, Murray se dirigió a la panadería del lugar y compró comida para todo el mundo.

De hecho, la localidad quedó bastante agradecida con la película. En la esquina en la que el protagonista pisa un charco continuamente aún existe una placa en la que se puede leer ‘Bill Murray pisó aquí’. Es, sin duda, una prueba más de la magnitud que fue alcanzando la película con el paso del tiempo. En su estreno, si embargo, fue un éxito modesto: había costado unos 30 millones de dólares y recaudó 70. Por entonces, nadie imaginaba que la expresión ‘día de la marmota’ acabaría formando parte del léxico de millones de personas alrededor del mundo.

El rifirrafe entre Bill Murray y Harold Ramis no duró eternamente. El realizador desarrolló vasculitis inflamatoria y su salud se vino abajo hasta el punto de sufrir una grave infección en 2010. Aquello lo dejó postrado en una silla de ruedas y bastante apartado del mundo del cine. Brian Doyle Murray, hermano de Bill, convenció a su hermano para reconciliarse con Ramis antes de que fuese demasiado tarde. Ya estaba más o menos claro que el director se estaba muriendo y Murray iba contrarreloj. Una mañana, el actor se presentó en la casa de su amigo con una caja de donuts que acabó convirtiéndose en el símbolo de la reconciliación entre ambos. Después de tantos años, el cariño que habían forjado permanecía intacto. Cuando Harold Ramis falleció en 2014, el escrito de Murray para homenajearle fue conmovedor. “Se ganó su lugar en el mundo. Dios lo bendiga”, dijo a través de un comunicado.

El director también vivió lo suficiente como para ver su película convertida en un icono universal. Prueba de ello es que, como la Coca-Cola, Mickey Mouse o el bastón de Charlot, ha trascendido la cultura pop. Porque todos, o casi todos, nos hemos hecho las mismas preguntas después de ver ‘El día de la marmota’ (o ‘Groundhog Day’, ‘Atrapado en el tiempo’ o como la quieran llamar): ¿qué pasaría con nuestra vida si cada día fuese el mismo? ¿Nuestra existencia es ya demasiado rutinaria y cada jornada se parece demasiado a la anterior? ¿Valoramos lo suficiente cada día por mediocre e insignificante que nos parezca? Seguro que estos últimos meses, en plena pandemia, más de uno se lo ha preguntado sin necesidad de que se lo recuerde la imperecedera (y maravillosa) ‘El día de la marmota’.