Jayne Mansfield quiso ser Marilyn pero no lo consiguió
Su rivalidad con Marilyn llegó incluso a un affaire amoroso con el presidente Kennedy
Se cumplen 87 años del nacimiento de la rubia más explosiva de Hollywood que saltó a la fama como una adversaria para Marilyn Monroe. No llegó a superarla pero sí lo hizo con su muerte, más macabra y que, décadas después, todavía sigue inspirando libros y documentales.
Jayne Mansfield nació el 19 de abril de 1933 en Pensilvania y su nombre real era Vera Jayne Palmer. Espléndida estudiante, ni siquiera un temprano embarazo a los 17 años, de Paul Mansfield, su primer marido con quien estaría casada de 1950 a 1958 le hizo interrumpir su formación.
Ambición de ser una estrella
Según cuenta ella misma, cursó estudios en psicología, química, interpretación, aprendió cinco idiomas y se dedicó a fondo al piano y al violín. Nunca sabremos si todo es verdad, pero con este bagaje, Jayne decidió que había llegado el momento de ser una estrella.
Tenía un físico despampanante y aquí, en algo tan estricto como los números, empiezan las inexactitudes: mientras su poderoso busto oscilaba entre los 101 y los 116 centímetros, su cinturita en algunos casos medía 45 y en otros 60 centímetros.
La actriz tenía claro que su triunfo en Hollywood era una simple cuestión de contacto visual. Su objetivo era comenzar con el papel de rubia tonta y acabar haciendo cualquier personaje dramático que la encumbrara. ¿Qué podía salir mal? En la privilegiada cabeza de la actriz (163 de cociente intelectual, según ella), nada. La historia demostraría que absolutamente todo.
En 1954, a los 21 años, se puso en contacto con Jim Byron, unos de los más reputados publicistas y con estas palabras “Tengo los pechos más grandes de Hollywood, quiero que me conviertas en estrella de cine”.
Se puso en sus manos y Byron planeó una estrategia de lo más chusca que, sin embargo, dio inmejorables resultados.
Durante la presentación de la película Underwater! (1955), protagonizada por Jane Russell –la única morena que osó cuestionar el reinado de las rubias– y que se desarrollaba en una piscina, apareció Jayne.
Se plantó con un traje de baño alguna talla más pequeña de lo recomendable. El resultado fue que, al tirarse a la piscina, la parte de arriba del bikini no aguantó la presión y ella salió del agua en topless delante de un encantado enjambre de periodistas, prensa gráfica y plana mayor de la industria.
Había nacido una estrella
Había nacido una estrella. Que, además, presumía de ideario. “Me gusta ser una pin-up«, solía repetir. «No hay nada de malo en ello”.
Durante años fue, simplemente, una de las actrices más conocidas de Estados Unidos. Salía en El show de Ed Sullivan y presentaba galas de prestigiosos premios.
En la ceremonia de los Globos de Oro de 1960, un mordaz Mickey Rooney, como todos saben pequeños de estatura, no pudo evitar hacer el chiste fácil. Clavando su mirada en la delantera de Mansfield dijo: “¿Quién quiere ser alto?”. El generoso escote le llegaba justo a la altura de los ojos del actor.
Jayne era la esencia de lo americano. Era la versión directa y sin rodeos de Marilyn. Mientras Marilyn se contoneaba con perfección sinuosa, Jayne lo hacía descoyuntándose a cada golpe de cadera. Mientras Marilyn susurraba, Jayne emitía esos grititos suyos tan característicos e inimitables.
Todo lo que Marilyn tenía de intensa, Jayne lo tenía de autoparódica, de extravagante y de decadente. Si Marilyn explotó esa imagen de inocente bomba sexual, Jayne se rio del prototipo llevándolo a la caricatura. En definitiva, mientras Marilyn simbolizaba una fantasía, Jayne encarnaba un dibujo animado.
Rivalidad con Marilyn que traspaso los rodajes
La encarnizada lucha con Marilyn fue más allá de las fiestas, de los eventos y de los sets de rodaje. Cuenta Lawrence J. Quirk en su libro «The Kennedys in Hollywood» que a Jayne Mansfield le causaba un disgusto el talento de Marilyn Monroe para casarse con ‘peces gordos’ como Joe DiMaggio o Arthur Miller mientras ella sólo conseguía atraer a ‘small-fry’ [alevines en inglés].
Fuera por afán de competición o de arrimarse a círculos de poder, lo cierto es que John F. Kennedy y Jayne tuvieron algún encuentro sexual. Parece que la actriz, que de discreta tenía poco, comentaba lo poco virtuoso que era el presidente en cuestiones amatorias.
Marylin la consideraba una imitadora grosera y vulgar que degradaba una imagen que había tardado mucho tiempo en construir. Ebersole lo tiene claro: “La verdad es que Marilyn estaba obsesionada con ella. Jayne era una amenaza real: era divertida, hermosa y profesional”.
La foto con Sofía Loren
Jayne necesitaba ser el centro de atención constante. Con Sofia Loren protagonizó una celebérrima foto que, a fecha de hoy y según ha reconocido la propia Loren, le siguen pidiendo que autografíe
La foto tiene su historia: en 1957, Loren acaba de firmar un contrato con la Paramount. Para celebrar su debut americano, la compañía organizó una fastuosa fiesta de presentación. Y, claro, apareció Jayne con ese vestido, ese escote y esos pechos.
De la famosa instantánea, Loren ha explicado que lo que sintió básicamente fue pavor, terror de que aquel vestido explotara y «sus pezones cayeran sobre mi plato». Según Hollywood Reporter, a pesar de que Mansfield negara cualquier tipo de premeditación y alevosía, Robert Wagner la recuerda en su coche, antes de entrar a la velada, poniéndose colorete en los pezones.
Boda con Miklós Hargitay
A Mansfield la fama le duró poco. Tras sus éxitos iniciales y su divorcio de Paul Mansfield, vendría su matrimonio con Miklós Hargitay con el que constituían, una vez más, la parodia de la pareja perfecta. Tan musculados, tan neumáticos, tan exagerados.
Aunque Mansfield expresó su deseo de una boda tranquila, lo cierto es que el noventa por ciento de los invitados eran periodistas. El resultado fue una locura en la que se dieron cita unos ocho mil curiosos.
Tras el enlace, en 1958, Jayne decidió retirarse temporalmente y dedicarse a tener hijos (siempre decía que quería tener 500 niños). Fox la despidió.
La llegada de un nuevo patrón de bellezas lánguidas, sofisticadas y bastante menos explícitas como Sharon Tate o Faye Dunaway, el ocaso de nuestra protagonista estaba cantado.
Aún así, Mansfield se resistió con uñas y dientes haciendo bueno ese lema que tanto le gustaba y que parecía haber robado a Mae West: “Si vas a hacer algo malo, hazlo a lo grande, porque el castigo va a ser el mismo”. Así, protagonizó episodios tan comentados como acudir a animar a los soldados y acabar teniendo que huir de las tropas hormonadas, o protagonizar el primer desnudo en Hollywood con la película Promesas, promesas (1963).
El golpe de gracia le llegaría con Sam Brody, su última pareja, al que casi todos consideran el verdadero responsable de la caída en desgracia de Mansfield. Brody la empujó al alcohol y al LSD. Al caos. Para muchos, la destruyó. Fue la estocada final en la imagen de la actriz.
Con una vida totalmente descontrolada, no es de extrañar que Jayne acabara literalmente en las garras del mal. Entró en contacto con Anton LaVey. Este, que ya contaba con un nutrido grupo de seguidores en ‘círculo mágico’, fundó la Iglesia de Satán, se autoproclamó Papa Negro y declaró ese año como el Anno Satana (primer año de la era de Satán).
Malas compañías
Mansfield, o bien atraída como tantos en aquella época por los cantos de esa nueva religión (no olvidemos que previamente había coqueteado con el metodismo, el catolicismo y el judaísmo) o bien tratando de buscar publicidad, se aproximó a LaVey.
Ahí empieza una historia para no dormir de maldiciones encadenadas bien documentadas en el documental Mansfield 66/67 que, supuestamente, provoca Brody. En una de las visitas a la fúnebre casa de LaVey, según Ebersole y Hughes, a Brody no se le ocurrió nada mejor que encender velas de cráneos y burlarse de las creencias de LaVey.
El papa negro montó en cólera y lanza una maldición sobre Brody. Una maldición que, si nos atenemos a la leyenda, fue otro sonado error de cálculo, pues parece que no sólo Brody fue el maldito.El 29 de junio de 1967, Mansfield, Brody y su chófer fallecieron en un accidente de coche. Su automóvil se empotró contra un camión.
“Lo que realmente mató a Jayne Mansfield fue un trágico y aleatorio accidente de coche», afirma P. David Ebersole. «Pero, ¿había una maldición sobre ella? ¿Recibió lo que se merecía por ser una mujer tan escandalosa? Esa es una pregunta que cada cual debe responderse a sí mismo. Para algunos, su muerte prematura fue quizás su mayor truco publicitario”.
Mansfield cumplió a rajatabla su lema: “Si vas a ser una estrella, deberías vivir como tal”. Y lo que es más: mostrárselo al público. Una declaración de principios que, en realidad, parece ser la piedra sobre la que se ha edificado toda la industria del entretenimiento reciente.
Hay quien dice que sin Mansfield, las Kardashian no existirían. “Estaba muy adelantada a su tiempo, y eso fue lo que la metió en tantos problemas. Siempre te dan una bofetada cuando eres el primero, pero luego, si hay justicia, te aclaman por ser pionero. Jayne nunca recibió el reconocimiento que merecía”, afirma Hughes.
BETTY.GS