Eterna partida sin fin
Editorial de Juan Ussía
De pequeño, o más joven, solía quedar con mi panda de amigos para jugar
a determinados juegos de mesa. Especial predilección, durante un
tiempo, tuvimos por el Risk, afamado tablero donde el fin de la partida
era conquistar el mundo. Como en casi todas las facetas de la vida, los que jugábamos, sin darnos cuenta, representábamos ciertos papeles protagonistas. Por supuesto, estaba el tramposo, también el que tenía suerte, el beligerante, el que jugaba por jugar o ñoño, o el que simplemente ponía la casa, a veces un pelele que no sabía ni jugar. Había de todo. Las batallas dialécticas para tratar de persuadir a tus rivales eran siempre lo más divertido de las partidas. El engaño era el atributo principal para llegar al éxito. Lo malo era que casi nunca podías acabar el juego, porque era eterno, pero daba igual, cada jugador se iba a su casa pensando en que lo había hecho todo bien y que solo la mala suerte, en este caso los dados, era la causante del devenir de la partida.
Les cuento esto porque con el tiempo, y haciendo un paralelismo con nuestra política, a veces pienso que nuestros gobernantes están jugando una de esas partidas sin más juego que el de pasar el rato tratando de engañar a tus amigos, en este caso, nosotros los gobernados.
En mi caso, de mis partidas, el tramposo, hijo de un afamado abogado, solía colocarse más ejércitos y piezas en el tablero cuando había un parón en el
juego. Su condición y poca vergüenza era tal, que, al preguntarle, siempre contestaba lo mismo “No me habéis visto”. Después de las lógicas carcajadas llegaba el enfado, ya que su insistencia en que nadie podía demostrar su tropelía le hacía creerse, o eso pensaba, que, más o menos, la trampa estaba
bien hecha. Con el tiempo, a este tramposo, luego vinieron otros, no le invitamos más a jugar.
En nuestra política parece que empieza a suceder algo similar, la falta de palabra, no ya valores, que, por supuesto no están, se está arraigando como lo más habitual. Existe un mítico refrán que dice “Donde dije digo, digo Diego”, que ya parece un carnet de identidad de determinados gobernantes. Me considero joven, pero antes, no hace mucho, si cualquier político mentía o faltaba a la verdad, era castigado por sus votantes. Ahora no. Parece que todo ha cambiado. La inmediatez de las redes dicen que es la causa. Lo que uno dice hoy, ya no es lo mismo que mañana. Así funciona lo que algunos llaman sobreinformación o Infoxicación.
Pero, aunque lo vean difícil, yo soy optimista, ya que sigue estando en nuestra mano conseguir, como hicimos nosotros, no invitar más al tramposo a jugar. Les dejo a ustedes elegir quién es cada personaje de esta partida, añorada en mi caso, y en la que me encantaría volver a participar.