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«La nueva Anormalidad»: Padres 3.0

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Javi tiene tres años y pronto cumplirá cuatro. Está muy emocionado porque lleva tres meses ensayando en el cole con sus compañeros y profesores la función de fin de curso. Tiene que aprenderse bailes y canciones, todo un reto; pero sobre todo, está disfrutando muchísimo con la música, los disfraces y los decorados. Le hace mucha ilusión, porque además sus profesores le han dicho que a la función de este año, van a poder venir sus padres.

Llega el día. Se abre el telón y Javi, acompañado de sus amigos, lo primero y único que ve son muchísimas pantallas de móviles que les apuntan de forma impenitente. Busca a su padre y a su madre e intuye que ahí estarán, detrás de todas esas pantallas. Empieza a sonar la música y Javi junto con sus amigos baila, canta, salta… se lo pasa fenomenal. Tras 30 minutos de goce, la profesora les dice a los niños que pueden ir a ver a sus padres. Javi corre emocionado y se tira en brazos de su madre que le corresponde con un achuchón amoroso como solo ella sabe darlos. Sin apenas dar tiempo a que Javi saboree tan preciada recompensa, su madre le dice “mira qué bien lo has hecho mi vida” mientras le reproduce en su móvil uno de los 27 vídeos que ha hecho como si de una paparazzi profesional se tratase. Javi mira a su alrededor y ve que la escena se repite con todos sus amigos y amigas y, lógicamente, se queda obnubilado ante lo que ve en esa pantalla a la que continuamente recurren papá y mamá.

Desde hace años presencio estupefacto como, de forma recurrente, en las conversaciones de padres y madres se habla a la ligera y con total posesión de la verdad, de cómo los niños y los jóvenes están abducidos por los móviles, los videojuegos y las Redes Sociales. Un clásico entre los clásicos es el “nosotros cuando éramos pequeños nos pasábamos el día entero en la calle jugando a las chapas, la peonza, el fútbol…” o el “da igual lo que hagas, están siempre pegados a su móvil y no hacen caso de nada más”. Ante esta realidad, yo me pregunto: ¿por qué somos tan sumamente cínicos? ¿Por qué atribuimos a los niños un problema que tenemos nosotros? ¿Quiénes son los que realmente están enganchados a la tecnología y a los dispositivos? ¿Por qué nos buscamos miles de excusas, cada cual más creativa, para justificar que vemos Netflix, usamos FaceBook e Instagram, jugamos al Candy Crush y tenemos adicción al Whatsapp?

Sin pretender entrar en una disertación pedagógica, creo que la mayoría coincidiremos en afirmar que los hijos son reflejo de lo que ven que hacen sus padres. Y si lo que ven desde que tienen uso de razón es a unos padres enganchados al móvil, la Tablet y la SmartTV, ellos automáticamente van a querer hacer aquello que parece ser tan relevante para las personas más importantes para ellos; sus padres.

Otras preguntas que me surgen ¿Por qué los grandes CEO de Sillicon Valley crían a sus hijos en entornos no digitales y les llevan a colegios donde la tecnología no tiene cabida ni en su mínima expresión? ¿Será que ellos saben mejor que nadie que esta tecnología “inteligente” limita o anestesia la creatividad de los niños? ¿Será quizás que tienen datos y estudios que demuestran cómo el uso de estos dispositivos genera una adicción en el cerebro y en los hábitos de las personas, muy superior al que generan otras sustancias prohibidas socialmente? ¿A lo mejor es que tienen información precisa e inequívoca que demuestra que el desarrollo cerebral de los niños se ve gravemente perjudicado por el uso de esta tecnología “inteligente”?.

Evidentemente que la situación es compleja hasta puntos insospechados. Los colegios, supuestos “aliados” de los padres en la educación de los niños, se han plegado a las nuevas tecnologías y han convertido en obligatorio el uso de ordenadores, tablets y demás dispositivos como parte del proceso escolar. Los niños reciben deberes que tienen que completar con su Ipad, les mandan trabajos que hacen con videos que luego suben a Youtube, y las tablas de multiplicar, ahora se aprenden con un videojuego de una vaca que si el niño acierta el 4×3 se pone contenta y hace sonar su cencerro. Y es que, una vez más, nos encontramos ante ese fenómeno que tantas veces se produce y que lo hace desde hace tanto tiempo. Es lo que metafóricamente se conoce como “El pez que se muerde la cola”. ¿Son los colegios los que imponen el uso de estas tecnologías como parte fundamental en sus planes de estudio? ¿Son los padres los que exigen y valoran positivamente a los colegios a que se “suben al carro” de la modernidad digital? ¿Son los gobiernos con sus leyes y reformas educativas las que favorecen y fomentan la sobreutilización de esta “tecnología inteligente” entre los más pequeños?

La explicación, como casi siempre y como en casi todo, la tiene el supuesto y malentendido “PROGRESO”. Y como el tema es arduo e ilimitado, dejo abiertas unas últimas preguntas para reflexionar:

¿Quiénes son los que realmente se están beneficiando de esta era digital?; ¿Por qué tendemos a pensar que individualmente no tenemos nada que hacer ante situaciones macro y sistémicas como éstas y lo único que podemos hacer es aceptarlas?; ¿Por qué dedicamos tan poco tiempo a estudiar y a disponer de más información sobre temas tan relevantes como por ejemplo la educación de nuestros hijos?; ¿Por qué nos encanta ver siempre la paja en el ojo ajeno y nos cuesta tanto ver la viga en el propio? ¿Por qué nos cuesta tanto aceptar que, a lo mejor, nos hemos equivocado?

Mientras piensas en posibles respuestas y si así lo consideras, las compartes conmigo, no quiero terminar este artículo sin pedirte que, por favor, la próxima vez que vayas a meterte con los niños o los jóvenes por su adicción al móvil, la tablet o los videojuegos, tengas en cuenta que en gran parte, los responsables y cómplices necesarios de esta situación somos nosotros, los padres 3.0.

EL SALMÓN NOCTURNO